lunes, 3 de marzo de 2014

Ave Maria




La vida te depara sorpresas que difícilmente puedes prever y mucho menos imaginar.  Era un día del pasado Enero y compartíamos amigable charla algunos de los asiduos de la Iglesia sevillana de San Nicolás de Bari. Allí estaba departiendo, sobre lo divino y lo humano con el bueno de Baldomero.  Era un día del Triduo en honor a la Virgen de la Candelaria.  Ella estaba radiante presidiendo el Altar Mayor y nosotros, a pesar de nuestra charla, no parábamos de mirarla de reojo. De pronto entra en la Iglesia una señora que, a la postre, me dejaría escrito ella sola este “Toma de Horas”.  Su edad debía estar cercana a los ochenta años pero su porte, aparte de majestuoso, era indefinido. Vestía ropa de corte modernista y los colores de su ropa estaban perfectamente armonizados.  Ni moderna ni clásica sino todo lo contrario. Era delgada y de aspecto tan firme como las cercanas columnas de la calle Mármoles. Sus ojos verdes esmeralda eran un claro testimonio de que “quien tuvo retuvo”.  Se dirigió a nosotros de forma inconexa y nos miramos perplejos asumiendo que nos encontrábamos ante otra persona vencida por la sinrazón. Nada más lejos de la realidad.  Se queda mirando hacia la Candelaria y nos plantea la siguiente reflexión: “No tiene sentido que la Iglesia tenga ahora mismo encendida tantas luces y velas”  ¿No os dais cuenta que aquí basta y sobra con la luz que desprende la Candelaria?  Cuando aún estamos dudando que contestar a esta clarividente señora se dirige hacia el pasillo central y se sitúa a escasos metros de la Candelaria.  Se persigna y entona de manera magistral el “Ave María” de Shubert.  Lo canta sin olvidarse de una sola nota y nos quedamos mudos ante tanta belleza sonora.  Después de terminar vuelve a persignarse y se despide de nosotros con un: “Que Ella vele por todos nosotros”. Que más puede uno decir. Si acaso, admirada y desconocida Señora, solo me resta decirle: ¡Amen!

 

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