miércoles, 28 de mayo de 2014

Ni juntos ni tampoco revueltos





Acudo hace unos días al Tanatorio SE-30 a dar el pésame a una persona que aprecio por servicial y buena gente. Es mucho decir que sea un amigo pero si alguien bondadoso y del que siempre puedo disponer en cuantas cosas le requiero. Es un buen vecino de los que hacen cómoda la convivencia del día a día. Falleció su madre a una edad muy avanzada y allí estaban sus cuatro hijos con sus correspondientes esposas y vástagos. Me llamó la atención que estaban diseminados formando cuatro grupos ajenos unos a otros. Eran cuatro montoncitos de seres humanos cada uno a su bola. Según me comenta este buen hombre no solamente no se hablan entre ellos sino que se tiran matar. Tuve que ir solo sin conocer a nadie dándoles el pésame grupo por grupo.  Aquello era como preguntarle a un chino a que hora cierra la tienda. Una situación de las más surrealistas con las que me he enfrentado. Tenía que presentarme y a renglón seguido darle el pésame a gente que no conocía  por la perdida de una persona a la que tampoco conocía. La cosa más o menos era así: “Hola, buenas tardes. No tengo el gusto de conoceros. Soy vecino de vuestro hermano Paco (que por cierto dice que aquí no se acerca ni loco). No conocía a vuestra madre, suegra o abuela, y tampoco a vosotros, pero os doy mi más sincero pésame”.  Esto es un claro exponente de la época que nos ha tocado vivir donde, a todos los niveles, todo el mundo se tiene declarada la guerra.  Evidentemente me “escapé” de allí antes de que empezara el sepelio pues no me hubiera extrañado que el mismo lo hubieran celebrado en cuatro fases. Me imagino que la pobre mujer que allí estaban despidiendo lo pasaría en vida francamente mal ante tanta desavenencia familiar.  Al próximo velatorio que asista (espero que tarde bastante) de alguien que no conozca en profundidad le preguntaré previamente si tiene hermanos y que tal se llevan entre ellos. Parece ser que lo que ahora más se lleva es…. ni juntos ni tampoco revueltos.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

A lo que hemos llegado, Juan Luis. La vida en los corrales era distinta, allí era familia todo el mundo y se sentían las alegrías y las penas de los vecinos como propias. Hoy, efectivamente, hemos aislado a los nuestros y que nadie nos venga a molestar. Ni en los entierros. Saludos. José Luis Tirado.