Volver de nuevo a llenar con lagrimas de cera las tinajas del tiempo eterno sin horas ni minutos. Entrar una vez más en el “Jardín antiguo” de Luis Cernuda para vivir con la poesía el sueño de un dios sin tiempo. Buscar los primeros amoríos juveniles con el roce de unos dedos o el encuentro en el aire de una mirada furtiva. Hallar entre tu tribu la belleza de lo intemporal y el necesario calor de lo corporativo. Adentrarse por la Ciudad entre las costuras de su belleza más extrema. Comprobar que es cierto que por estos lares la vida son siete días. Ver de nuevo la Ciudad con los ojos del alma a través de un antifaz que oculta nuestra identidad humana bajo las estrellas de la noche. Sentir un escalofrío por la espalda cuando otro año más tomas la calle con el hábito que un día te despedirá de los mortales. Derramar una lágrima furtiva cuando en la noche un dardo saetero te atraviese el alma. Recuperar a tus ancestros en un redoble de tambor o en la firme levantá de un paso de palio. Vivir la consigna callejera de un capataz que nos recuerda que las prisas (no corré) nunca fueron buenas compañeras de viaje. Estrenarte a ti mismo en el Domingo de todos los domingos. Saber gestionar la nostalgia con el bálsamo de los felices momentos vividos. Buscar al Hijo de Dios por entre el entramado urbano y sentimental de la Ciudad. Entender sin cortapisas y de manera fehaciente el que a esta Tierra siempre se le llamase Mariana. Tocar el borde superior de tu cirio encendido para moldear (en hermosa clave “pascualina”) a los nazarenos sevillanos por los caminos de Dios. Sentir, ver, oler, palpar y soñar con la Gloria sevillana dentro de un círculo mágico que se manifiesta en su continua rotación existencial. La bella luna abrileña iluminando nuestras vidas que, al final, siempre son los ríos que van a dar a la mar. Arriba el telón del Teatro de los sueños más hermosos que conocieron los siglos.
martes, 8 de abril de 2025
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