lunes, 25 de abril de 2011

Pasa la vida



Mientras consume su cuota de vida,

¿cuántas verdades elude el ser humano?

- Augusto Monterroso –

Lo cantó un cantautor hoy injustamente olvidado, Romero Sanjuán, cuando decía aquello de: “Pasa la vida, igual que pasa la corriente….” Lo musitaba entre dientes mientras paseaba en solitario por tierras castellanas don Antonio Machado: “Caminante no hay caminos, se hace camino al andar….” Lo dejó meridianamente claro Joaquín Caro Romero en el atril del Maestranza: “La vida son siete días”. Al final todo nos lleva a la misma conclusión: pasa la vida con sus luces y sombras y nos arrastra hacia la incertidumbre de algo a lo que llaman porvenir. Es el mundo quien gira sobre nosotros y no al revés. Somos lo que determinan nuestras vivencias encuadradas entre emociones, sentimientos y sensaciones. Soñamos, sentimos y vivimos. No hay más elementos complementarios salvo aquellos que, a modo de eslabones sentimentales, nos atan a personas y tradiciones que nos redimen de la vulgaridad y/o lo insustancial. Somos, posiblemente, lo que otros quisieron que fuésemos. Seremos, los que otros que nos precedan quieran que seamos. Estos escenarios de relevos sentimentales necesitan un contexto determinado: la Ciudad. La perpetuidad, salvo para los genios tocados con la varita mágica del Dios Padre, siempre tendrá fecha de caducidad. Pasaremos como pasa la vida y, al final, la corriente de los años vividos nos arrastrará hasta perdernos por los mares de los sueños. Me hago estas reflexiones de “majareta sentimental” cuando la Semana Santa del 2011 ha echado el cierre, dejando la Ciudad huérfana de sensaciones y emociones. El bullicio ha dado paso a la quietud y sus calles y plazuelas se desperezan con el dulce despertar de lo hermosamente efímero. Desde que amaneció un nuevo Domingo de Ramos hasta que el Resucitado quedó depositado en Santa Marina todo ha transcurrido, una vez más, de manera simétrica y sincronizada. Ahora durante muy pocos días será el momento de análisis personales y/o corporativos de que fue bien o mal y, que cosas son manifiestamente mejorables. Nada nuevo bajo el cielo sevillano. Cada día estoy más convencido de que La Feria se inventó como un antídoto para contrarrestar la melancolía de la perdida de nuestra Semana Mayor. Bien está que así sea. Felicitémonos de haber sido participe, un año más, de este hermoso ejercicio de sevillanía. El año que viene Dios dirá si podremos repetir esta sentimental cita anual con Dios y la Ciudad o, si por el contrario, serán otros ojos y otros corazones los que ya miren y sientan por nosotros. Todo al final queda enmarañado en la incertidumbre del noble ejercicio de vivir. Siempre nos quedará la Ciudad como referente de nuestra verdad y nuestros sentimientos. No hay motivos para la desesperanza. Todo lo contrario. Volverá lentamente a girar el círculo mágico sevillano que nos llevará de nuevo al paraíso soñado. La quietud de las iglesias; la cercanía de las imágenes; la reflexión y el sosiego; la meta soñada en la lejanía y, la Esperanza, siempre la Esperanza, nos conducirán al encuentro con nosotros mismos. Otros ya lo dejaron escrito meridianamente claro: “Pasa la vida, igual que pasa la corriente….; “Caminante no hay caminos, se hace camino al andar…. y, “La vida son siete días”. Como decía Juan Ramón….”No la toquéis más, que así es la rosa”.

Nota acuosa de lágrimas y lluvia: Mi Semana Santa personal e intransferible se vio seriamente alterada por las inclemencias del tiempo. Martes Santo sin Candelaria por la Alfalfa y Pasión sin poder adentrarme con Él por los vericuetos sentimentales de calle Francos es un castigo demasiado severo. La lluvia se hizo omnipresente estos días y nos hará vivir con más intensidad, si cabe, la dulce espera. A los que como yo sufrieron estos señalados días la ausencia de los laberintos urbanos de la memoria y los sentimientos mucho ánimo. Ya queda menos de un año para un nuevo intento. Paciencia y un fuerte abrazo.

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