viernes, 15 de noviembre de 2013

Con un ritmo sin cabeza




Bastará un poema de Federico, un par de acordes de Paco de Lucía, un quejío de “Chocolate” y una madre andaluza enlutada para que la Siguiriya vuele libre y solidaria, arrastrando su pena amarga de siglos,  desde el Cabo de Gata hasta los confines de Gibraltar. Las olas de los mares depositarán en las orillas su resaca de espuma que son  lágrimas vertidas por los puertos nunca alcanzados. Los olivares serán vareados por el viento otoñal en tardes andaluzas donde Dios ni está ni se le espera.  La cal de las paredes de los pueblos andaluces se negará a ser vencida por las noches oscuras y tenebrosas.  Las hoces de los campesinos cortarán las espigas que manan sangre. Andalucía cuando canta su ancestral pena de abandono e ignominia lo hace por Siguiriya.  La profunda soledad del ser humano plasmada en los quejíos lastimeros de Manolo Caracol. Quien canta su mal espanta y quien se hace solidario del dolor ajeno, expresado en un Cante, antepone su alma a su cartera. La Siguiriya representa cuanto la pena tiene de individual y descarnada. Duele por su expresividad y conmueve por el desagarro de su eco. El ser humano distrae su soledad con toda clase de aditamentos pero, en momentos puntuales, siempre termina perdiendo la partida. ¿O es que acaso hasta Dios no dejó solo a su Hijo en la cruz?  La Siguiriya es solemne por su propia naturaleza. Su eco lastimero nos devuelve sin remisión a nuestra condición de desvalidos seres humanos. Bastará un poema de Federico, un par de acordes de Paco de Lucía, un quejío de “Chocolate” y una madre andaluza enlutada para que la Siguiriya  quede prendida con alfileres entre nubes de algodón. Lo escribió para la inmortalidad Federico… ¿A donde vas, Siguiriya con un ritmo sin cabeza? ¿Qué luna recogerá tu dolor de cal y adelfa?

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