miércoles, 13 de noviembre de 2013

Las uvas de la dicha



Hace unos días y con motivo de la recogida de la cosecha vinícola nos regaló la 2 de TVE un magnífico reportaje sobre tan hermoso acontecimiento. Una parte sustancial estaba dedicada a la comarca de Jerez y el mismo era un canto (allí sería un Cante) a la vida. La retirada de la uva tras una rigurosa selección; la aparición del primer mosto y el proceso de fermentación y maduración en las oscuras y centenarias bodegas. Nos mostraban con la inestimable ayuda de sus protagonistas  como se conservan y se restauran las viejas barricas de roble y la construcción de las nuevas. Pura artesanía en el sentido más noble del término. Nos enseñaron a diferenciar un fino de una solera y un oloroso de un amontillado. Un mundo, este del vino, que desde joven me ha apasionado y al que no me hubiera importado nada pertenecer. Estoy seguro que habría sido muy feliz participando en cualquiera de las tareas que terminan por llevar el vino a través de una copa al paladar y el corazón de las almas sensibles. Recuerdo la intervención de una señora ya mayor pero con unos rasgos de sosegada belleza realmente deslumbrantes. Culta, muy culta, y con ese porte de aristocracia genuina de la gente de clase alta jerezana.  En Jerez  padecieron históricamente sus jornaleros a caciques inmisericordes, pero también supieron apreciar y valorar a aristócratas cultos y proclives a gestos bondadosos y humanitarios. Esta señora de la que, lamentablemente, no pude quedarme con su nombre formaba la cuarta dinastía al frente de unas bodegas. Tenía un discurso apasionado y sosegado a la vez sobre la importancia del vino en la vida de las personas. Bebiendo moderadamente y sabiendo apreciar las cualidades de “un buen caldo” nos decía que el vino era un elemento consustancial a la Cultura de la Humanidad (fundamentalmente la Mediterránea). Remataba diciendo algo que se me quedó grabado: “Una noche de invierno sentada en tu butacón leyendo un buen libro frente a una chimenea. Tu perro dormitando justo a tus pies. Al fondo muy suavemente sonando Mozart y al alcance de la mano una copa de un buen oloroso. Con estos elementos los placeres terrenales estarían perfectamente sincronizados”.  El vino, el buen vino, no se creó para que se emborrachasen los bárbaros, fue un regalo de Dios que tomó forma a través de la Madre Naturaleza.  Beberlo de manera pausada y en pequeñas dosis es un canto al sentido de la espiritualidad.  Así lo afirmaba esta señora jerezana (de la que me hubiera gustado saber su nombre) y no será un servidor quién contradiga a tan distinguida dama. Cuando Jesús bebió vino en la Última Cena por algo sería. Tierra, lluvia, sol, uva, vino, bodega, barrica, copa, amistad, amoríos, Dios y los hombres nunca resultará una mala combinación existencial.

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