martes, 21 de julio de 2009

Las palomas de Casa Coronado.

Si quieres saber de mí
ya sabes mi paraero
Sevilla, Puerta la Carne
Taberna del Mataero
donde paran to los grandes.
- Fandango de Juanito Valderrama –



En mi mañanero y diario peregrinar en busca de mi madre y siendo consciente que esta fructifera relación ya tiene fecha de caducidad en el tiempo, me doy de bruces con un hecho singular y que merece ser interpretado con una cierta dosis de imaginación.


Es el siguiente: cuando el bús de la Linea 1 que me transporta se para en la Puerta de la Carne observo en la acera de enfrente, concretamente en Casa Coronado (1935), algo que mueve mi curiosidad y me llena de asombro. Compruebo en esta Taberna (¡bonito nombre!) que se nos presenta como un Templo para los poleosos de este enclave sevillano, un andarín trasiego de palomas. Entran, con paso lento pero firme, por la entrada que dá a la calle Juan del Castillo (la que desemboca en el antiguo Mercado) y salen airosas y al mismo ritmo por la puerta que dá a la Avenida de Menéndez y Pelayo. Le pregunto a uno de sus parroquianos habituales –Eduardo Pérez López- a que se debe el deambular de palomas por este Santuario del Mollate. Este buen amigo de sentires y que entronca con los hombres más lúcidos de esta Ciudad, me comenta que está motivado por la formación de un triángulo que se ha consolidado en el interior de esta Capilla de ilustres mollatosos. A saber: palomas, clientes y avellanas. Las dejan esparcidas por el suelo y las palomas realizan numerosas incursiones a lo largo del día para saciar su hambre y llenar sus abultados buches. Nadie se extraña de esta peculiar situación entre hombres y aves. Curiosa y digna de ser resaltada en este volátil Toma de Horas.

Corren malos tiempos para casi todo (exceptuando claro está para los “chorizos” y desaprensivos/desalmados de toda índole) y las palomas no podían ser una excepción. Ya no cumplen su romántica función de palomas mensajeras portando en sus picos cartas de amor. Ni sobrevuelan mares inmensos llevando atados a sus patas esperados partes de guerra. Tampoco pueden ya ser un símbolo de la Paz en una Tierra plagada de guerras, horrendos crimenes, hambrunas, miserias y desmanes de toda clase y condición. Para colmo los urbanistas y conservadores de las ciudades han descubierto que representan un serio peligro para los edificios y monumentos más diversos. La fuerza de sus excrementos es tal que terminan corroyendo y blanqueando al mismísimo bronce. Taladran la piedra con la misma fuerza que el barreno de un minero. En la bella Italia las han denominado “ratas con alas”. Ya se han dispuesto en muchas ciudades distintos dispositivos para combatirlas y que vaya disminuyendo drásticamente su fértil reproducción. ¡Con el juego que en el pasado dieron en el Amor y la Literatura!. Palomas -como tantas cosas- ayer veneradas y hoy perseguidas. Aunque Rafael Alberti ya nos los advertía cuando escribió:


Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.

Por ir al Norte, fue al Sur.
Creyó que el trigo era el agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;
Que la noche la mañana.
Se equivocaba.

Que las estrellas eran roció;
Que la calor, la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;
Que tu corazón su casa.
Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla;
Tú, en la cumbre de una rama).


Pues ahí están en Casa Coronado entrando y saliendo con su peculiar bamboleo en busca de su diaria ración de avellanas. El gran Antonio Machado le dio su ración de poesía a las moscas…..”vosotras, las familiares, inevitables golosas, vosotras, moscas vulgares, me evocáis todas las cosas”. Pero vosotras, amigas palomas, estáis condenadas a sufrir vuestra decadencia y exterminio en aras de la modernidad. Ha mucho no tardar seréis homologadas con los nocturnos y vampirescos murciélagos. Tiempo al tiempo.

¿De donde vienen las palomas de Casa Coronado?. ¿De los cercanos Jardines de Murillo?. ¿De los intramuros del Alcázar?. ¿De la Placita de Doña Elvira? ¿Del Callejón Dos Hermanas?. ¿De la Plaza DE LA ALIANZA?. Quién lo sabe. Palomas en definitiva nativas de la Puerta de la Carne.

Vecinas y compañeras de nuestra infancia. Las mismas que en noches estrelladas de Martes Santo, verán pasar desde lo alto de las palmeras a la Reina de San Nicolás al son de Campanilleros. Las que un día se salpicaron las alas de sangre con el Crimen de las Estanqueras. Las que picoteaban buscando comida en los railes del tranvía. Las que levantan presurosas el vuelo ante el estruendo de cornetas y tambores por el Puente de San Bernardo. Las que instaladas cómodamente en las marquesinas de Casa Cobo veían el trasiego de sevillistas que iban y venían del antiguo Nervión. Aquellas que se arrullaban con el toque a corneta de la Marcha Real en el cercano Cuartel de la Agrupación de Intendencia número 2.

Pues aquí siguen, entrando y saliendo de Casa Coronado. No sé qué futuro os aguarda palomas con sabores a mostos, tintos y cervezas, servidos por Rafael con maestría de tabernero antiguo.
Para mí siempre estaréis ligadas a un niño, que de la mano de su abuelo, pedía con insistencia la compra de un cartucho de arbejones para daros de comer de la mano en la Plaza de América.

Hace muy pocos días me mostrasteis de manera rotunda lo que pensais de mí en la actualidad. Caminaba con mi amigo Antonio Carrillo por la calle Jesús del Gran Poder en busca de nuestra tertulia quincenal, cuando al pasar por el costado de la Capilla de San Hermenegildo, descargasteis sobre nosotros -de manera inmisericorde- una auténtica lluvia de mierda pura y dura. Afortunadamente –y lo siento por mi colega Antonio- yo no fuí de los dos el más perjudicado.

Bueno, algo es algo. Os perdono, pues a pesar de ponerme perdido ese día, hubo muchas ocasiones a lo largo de mi vida que vuestro vuelo me hizo soñar, y volar con vosotras era soñar con otros horizontes. Para mí siempre seréis un símbolo de fraternidad y libertad. Cagado torrencialmente eso sí, pero agradecido de haberos conocido. Suerte para vuestro negro futuro. Esperemos que el nuestro sea algo mejor.

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