miércoles, 23 de febrero de 2011

El lento transcurrir de los días



Mi tortuga “Pastori” empezó a invernar el 8 de noviembre del pasado año. Ya venía notando que cada día engullía de manera más lenta su diaria ración de camarones secos. Ese día ni siquiera los probó. Dejándome de manera meridiamente clara que hasta la llegada de la primavera no contara con ella. Desde entonces independiente de que haga frío, llueve o ventee no muestra el menor interés en salir de su caparazón. Ella no le pone “al mal tiempo buena cara”, sino que se limita a no sacar siquiera su estirado cuello. ¿Para que salir, con la que está cayendo ahí fuera?, se dirá en el cómodo interior de su concha. Es de suponer que en el habitáculo, con el que la Madre Naturaleza le ha dotado, tiene cuanto necesita para pasar horas, días y meses. Este año para seguir notando su estática presencia le he organizado su periodo invernal. Unas veces dentro de una cubeta con agua donde se sumerge pienso que soñando con las aguas del Caribe. Otras la dejo suelta por el piso y, por el camino más corto, se sitúa en un estrecho hueco que existe entre la terraza y el mueble-librería. A menos de un metro está el equipo donde suelo escuchar música clásica y las, casi siempre, malas noticias de los informativos. Justo al lado se encuentra la pantalla del televisor que, afortunadamente, salvo para darle utilidad al aparato reproductor de DVD, permanece mucho tiempo desconectada. Es muy escasa la cuota de interés que me proporcionan las distintas cadenas televisivas, como para encima “joderle” la invernación –dada su proximidad- a mi tortuga. Cuando hace sol la saco a la terraza y entonces, excepcionalmente, saca su cabeza y permanece cara al sol (sin camisa nueva ni vieja) durante largo rato. Así transcurren los días invernales de mi “Pastori”, entre una cubeta con agua; un rincón con posibilidades informativas y, en días excepcionales, unos cortos y gratificantes baños de soles invernales.


Creo que debe haber rebasado sus veinte primeros inviernos, y recuerdo como si fuera ayer cuando lo trajimos a esta que desde entonces es su casa. La compramos en el Mercadillo de la Alfalfa (sustraído a la Ciudad y a la Tradición por la inmisericorde vía administrativa municipal) y era algo mayor que una moneda. Hoy ha crecido considerablemente y tiene más o menos el contorno de una chapela vasca. Si repite su último ciclo invernal, volverá sobre la primera quincena de abril al Reino de los que necesitamos comer para vivir. Nacerá a los camarones secos cuando Sevilla nazca a los sentidos y al retorno de lo que nunca se va del todo: la eterna Primavera de los niños sevillanos sin edad. Cuando mi tortuga retorne a mi vida cotidiana, que es flamenca por tradición y sevillana por devoción, no se como decirle que se nos ha muerto Enrique Morente. Para no asustarla y que se me vuelva a esconder en su caparazón, le racionaré los informativos que, como fantasmas, nos llenan de inquietudes las paredes de la casa y de sinsabores los rincones del alma. Las malas noticias mejor poco a poco y a compás como se cantan las Bulerías por Soleá. Tendré que decirle, eso si, que don José Luís sigue todavía y que nos ha aumentado la edad de jubilación a los 67 años y, las tortugas dada su longevidad, pueden seguir invernando hasta los “tres patitos” (222). He intentado a través de Internet averiguar el origen de la especie de mi tortuga. No hay manera. Creo con toda sinceridad que mi “Pastori” es única en su especie.

¿Dónde se ha visto una tortuga que sepa distinguir una Soleá de unos Tangos? Saca las patas delanteras –para hacer palmas a compás- cuando escucha el Cante de Alcalá de los Panaeros y, bambolea su verde y hermoso cabezón cuando Camarón canta por Tangos. ¿Exagerao en mis apreciaciones? Puede ser, pero acepto tortuga flamenca y sevillana como animal de compañía.

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