Sinceramente no tengo muy claro si el cúmulo de virtudes y defectos que, desde tiempos ancestrales, se nos atribuye a los sevillanos sean de nuestra absoluta exclusividad o, si por el contrario, podríamos aplicar aquello de “en todas partes cuecen habas”. Insisto, no lo se, y en todo caso habría que pasar por la experiencia de vivir en otro terruño –Dios no lo permita- para sacar conclusiones comparativas. Sevilla, se dice, es una Ciudad donde siempre imperó la dualidad, el egocentrismo y un “cainismo” disfrazado de “ojaneta”. Esto es en el campo de los defectos. Nuestras virtudes son más ciertas y verificables y, no las citaré para que a algunos no se les hinche excesivamente el pecho (a más pecho más medallas). Tampoco es plan de elaborar una tesis titulada: “Sevilla, los sevillanos y su compleja idiosincrasia”. Eso si, podemos llegar a ser los más vanguardistas de España y también, como no, los más tradicionalistas. Unas veces recogemos el guante del Cubismo y, otras, pintamos inmortales frescos en los techos de nuestras capillas. Sin embargo, debo reconocer que desde niño siempre me llamó poderosamente la atención una característica que observaba en el conjunto de la sevillanía: la novelería. ¿Defecto o virtud? Tampoco sabría concretarlo y, por ende, buscarle su perfecto encuadramiento. Nunca debemos olvidar que nuestro símbolo más representativo, el Giraldillo, es un monumento a la novelería. Llamamos con nombre masculino a una efigie de mujer y, huelga resaltar, que la misma representa a una veleta. Está a merced de los vientos que soplen y siempre señalando a favor de los más fuertes y actuales. Novelería en toda su pureza o un alegato contra la firmeza. Aquí, se recogen firmas para levantar un monumento y, luego, los mismos vuelven a recogerlas para derribarlo, pues han observado que allí defecan las palomas y los “niñatos” se sientan en su pedestal para “ponerse ciegos” con los “porros” y las “litronas”. Sobre el cambio del nombre de algunas calles más que de novelería podríamos hablar de ignorancia histórica. Pero, eso si, los noveleros son siempre los otros que nosotros somos más firmes que la columnas de la Alameda (por cierto, ¿cuándo quitarán o al menos pondrán en hora el reloj “ikeano”?) Convencido estoy que cuando el Sumo Hacedor hizo el mundo, de los seis días que empleó, uno de ellos lo dedicaría a Sevilla. Pensaría: “Haré la Ciudad más hermosa de la Tierra; la llenaré de béticos y sevillistas; propiciaré que paseen por sus calles a mi Hijo y su Madre y, lamentablemente, ellos conseguirán que aquí tomé cuerpo y forma el Reino de la novelería y la “ojana”. Te incorporas a una reunión y alguien te dice: ¡Que bien te veo coj….! Vas un momento al servicio y el mismo del comentario anterior va y dice: ¡Joé, anda que no este estropeao este ni ná!
domingo, 4 de diciembre de 2011
Palos en las ruedas de las bicicletas
Sinceramente no tengo muy claro si el cúmulo de virtudes y defectos que, desde tiempos ancestrales, se nos atribuye a los sevillanos sean de nuestra absoluta exclusividad o, si por el contrario, podríamos aplicar aquello de “en todas partes cuecen habas”. Insisto, no lo se, y en todo caso habría que pasar por la experiencia de vivir en otro terruño –Dios no lo permita- para sacar conclusiones comparativas. Sevilla, se dice, es una Ciudad donde siempre imperó la dualidad, el egocentrismo y un “cainismo” disfrazado de “ojaneta”. Esto es en el campo de los defectos. Nuestras virtudes son más ciertas y verificables y, no las citaré para que a algunos no se les hinche excesivamente el pecho (a más pecho más medallas). Tampoco es plan de elaborar una tesis titulada: “Sevilla, los sevillanos y su compleja idiosincrasia”. Eso si, podemos llegar a ser los más vanguardistas de España y también, como no, los más tradicionalistas. Unas veces recogemos el guante del Cubismo y, otras, pintamos inmortales frescos en los techos de nuestras capillas. Sin embargo, debo reconocer que desde niño siempre me llamó poderosamente la atención una característica que observaba en el conjunto de la sevillanía: la novelería. ¿Defecto o virtud? Tampoco sabría concretarlo y, por ende, buscarle su perfecto encuadramiento. Nunca debemos olvidar que nuestro símbolo más representativo, el Giraldillo, es un monumento a la novelería. Llamamos con nombre masculino a una efigie de mujer y, huelga resaltar, que la misma representa a una veleta. Está a merced de los vientos que soplen y siempre señalando a favor de los más fuertes y actuales. Novelería en toda su pureza o un alegato contra la firmeza. Aquí, se recogen firmas para levantar un monumento y, luego, los mismos vuelven a recogerlas para derribarlo, pues han observado que allí defecan las palomas y los “niñatos” se sientan en su pedestal para “ponerse ciegos” con los “porros” y las “litronas”. Sobre el cambio del nombre de algunas calles más que de novelería podríamos hablar de ignorancia histórica. Pero, eso si, los noveleros son siempre los otros que nosotros somos más firmes que la columnas de la Alameda (por cierto, ¿cuándo quitarán o al menos pondrán en hora el reloj “ikeano”?) Convencido estoy que cuando el Sumo Hacedor hizo el mundo, de los seis días que empleó, uno de ellos lo dedicaría a Sevilla. Pensaría: “Haré la Ciudad más hermosa de la Tierra; la llenaré de béticos y sevillistas; propiciaré que paseen por sus calles a mi Hijo y su Madre y, lamentablemente, ellos conseguirán que aquí tomé cuerpo y forma el Reino de la novelería y la “ojana”. Te incorporas a una reunión y alguien te dice: ¡Que bien te veo coj….! Vas un momento al servicio y el mismo del comentario anterior va y dice: ¡Joé, anda que no este estropeao este ni ná!
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