miércoles, 11 de diciembre de 2013

Árboles de San Lorenzo





Rafael Alberti rememoraba en sus memorias (“La arboleda perdida”) sus años infantiles en su amado Puerto de Santa María. Antonio Machado en su inmortal “Retrato” se acordaba del “huerto donde madura el limonero” de su niñez en el Palacio de las Dueñas. Lo arbóreo como elemento fundamental para retrotraernos a los dorados años de la infancia y juventud. Cada vez que se tala un árbol también se tala con él una parte importante de nuestra memoria sentimental. Los árboles no solo forman parte de un entramado urbano de plazuelas, parques y jardines sino lo más importante: son una parte sustancial de nuestros recuerdos más imperecederos. Cada vez que de niño visitaba con mi abuela al “Señor de Sevilla” ella me mostraba los distintos cambios, según la época del año, que experimentaban los árboles de la Plaza de San Lorenzo. En el Otoño, desnudos de hojas vertidas por el suelo como plumas sueltas de un ave cazada en plena vuelo. En la Primavera, reverdecidos en todo su esplendor con los vencejos anunciándonos la buena nueva: la llegada de la luz exterior allí donde nunca nos falta la del alma.  Sevilla tiene un reducto para su Historia que se encuentra tras las murallas del Alcázar y otro para los sentimientos más profundos que habita por San Lorenzo.  El alma sentimental de la Ciudad se nutre a través de los ojos de un Puente y toma forma en la doliente y compasiva mirada del “Señor del Gran Poder”. Los árboles de San Lorenzo se nos configuran como la aportación que la naturaleza hace a los sevillanos para que todo, lo divino y humano, quede perfectamente ensamblado. Pasaron nuestros ancestros, pasaremos nosotros viajeros sentimentales en busca de paraísos perdidos y pasarán nuestros herederos de lunas llenas y soles radiantes.  Los árboles de San Lorenzo serán siempre fieles testigos de nuestro deambular por la Tierra de María Santísima.  En sus hojas caídas se manifiesta el llanto derramado y en el verdor primaveral de sus ramas quedará prendido nuestros sueños eternos de Hijos de la Ciudad.  Lo dejó escrito el gran Rafael Alberti: La arboleda perdida, la siempre arboleda perdida.

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