Las pocas veces que he tenido ocasión de hablar con José María Cuadro,
Hermano Mayor de mi Hermandad de la Candelaria, utiliza conmigo una definición que me
resulta ciertamente halagadora. Me dice
por ejemplo: “Tú que eres una persona con sensibilidad entenderás lo que voy a
comentarte”. Sinceramente los que bien
me conocen saben que soy persona poco o nada presuntuosa (¿de que podría
presumir?) y bastante reticente a los oropeles y los halagos. Nadie es tan bueno como argumentan sus amigos
ni tan perverso como dicen sus enemigos. Pero quien considere, y además me diga, que
soy –o me considera- sensible tocará la fibra más intima de mis
sentimientos. Entiendo que, cuando es
verdadera y no de cartón piedra, la sensibilidad llena tu vida de elementos
positivos. Nada de cuanto te rodea puede resultarte ajeno y tu comportamiento
ético estará sujeto a los principios morales que siempre se antepondrán a la
barbarie, la injusticia y la sinrazón. Considerarse sensible es ser solidario,
participativo, bondadoso, decente, rebelde e inconformista. Formar parte activa de un conjunto de cosas y
tomar partido a favor de los maltratados y los indefensos. Sentir con los demás
y compartir con ellos gozos y penas. Siempre
procurando no ser una isla solitaria e insolidaria en los archipiélagos de la
vida. Que nada de cuanto te rodea te
resulte ajeno por no corresponder directamente con tus intereses personales. Al
Arte y la Cultura
se llega, prioritariamente, a través de la sensibilidad. Luego aparecerá la pasión, el conocimiento y
el desarrollo intelectual. Pero si no aportas una buena dosis de sensibilidad
tan solo conseguirás llenar los anaqueles de libros, los estantes de buena
música y la memoria de gratos momentos.
Habrás sin embargo pagado un precio muy alto: dejar huérfano y vacíos de
sentimientos los vericuetos del alma. Nadie sensible puede ignorar las
necesidades primarias de millones de niños y la extrema crueldad que impera en
muchas partes del mundo. Tampoco la falta de libertades, el canallesco maltrato
a las mujeres y las corruptelas de algunos políticos, sindicalistas y
financieros de baja estofa. Ni que cierren un Museo por falta de presupuesto o
disuelvan una Orquesta Filarmónica por el mismo motivo. Ante problemas
puntuales de tu país -o de la sociedad donde vives- decir: “Eso no va conmigo y
por tanto no me interesa. Que lo arreglen los políticos que para eso les
pagamos” es un alegato en contra de cuanto dimana de la sensibilidad. Ser
sensible es el último asidero –y posiblemente el más importante- que tenemos
los humanos para reivindicarnos como personas. Darle su justa y vital importancia al Sentido
y la Sensibilidad
siempre será cuestión de vida y….más vida.
miércoles, 3 de diciembre de 2014
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