Desde que nació mi primer nieto (el pasado 31 de enero cumplió los seis
años de edad) acudo cada semana en un tren de cercanía al pueblo de Dos Hermanas. No es la primera vez que
comento en este Blog que, junto con
mi lunes candelario, se me representa como el momento más gozoso de la semana.
Pero de un tiempo a esta parte existe un par de detalles (ausencias) que no se
me han pasado por alto. El primero la carencia absoluta de “yupis” en la Estación de Santa Justa.
Los mismos que con maletines en ristres, trajes oscuros y gabardinas al brazo
hablaban compulsivamente por sus móviles.
Se creían los dueños del universo y ya hoy son una rémora de un pasado
de falsos esplendores que nos ha llevado a un incierto y desosegante presente.
El segundo detalle también en forma de ausencia si consigue hacerme mella
sentimentalmente. En Dos Hermanas,
sentados en algún banco en la
Estación como la “Penélope”
de Serrat, siempre había cada tarde tres o cuatro
ancianos viendo el trasiego de bajadas y subidas de trenes. Provistos de gorras, bastones y con un cierto
aire de melancolía solían ser casi siempre los mismos. Al pasar les daba las “Buenas tardes” y
ellos, amablemente, me contestaban con un elocuente “Vaya usted con Dios”. Desde
hace un par de años han desaparecido de la Estación como por arte de magia. Ya no están y me
temo que tampoco se les espere. Personas
muy mayores que veían, desde la sabiduría de los años, pasar la vida a través
de dos raíles. Puede que ya algunos de ellos
no estén entre nosotros y a otros la
posibilidad de desplazarse se les haga misión imposible. Nada refleja mejor la existencia humana que
los trenes. Partidas, llegadas, la
naturaleza de Dios mostrándose a través de las ventanillas y la maquinaria de
los humanos funcionando a toda pastilla. Hacía falta un punto de reflexión y
ese lo ponían los ancianos que se
sentaban –o se sientan-- en los andenes de las Estaciones.
Juan Luis Franco – Viernes Día 4 de Marzo del 2016
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