martes, 8 de noviembre de 2016

Libertad sin ira






Cada día que pasa se muestra más patente que insultar, eso si, desde el anonimato se está convirtiendo en una perversa costumbre. Las Redes Sociales, los comentarios a los artículos de los periódicos o los buzones de voz de la radio son el caldo de cultivo donde depositar las perversas dosis de veneno. Esta gente es atemporal y siempre, independiente de la época que les ha tocado vivir, funcionan a través de la insidia, el rencor y la inquina.  Tiran piedras con el único empeño de derribar los tejados ajenos mientras el suyo permanece a salvo y oculto.  Estos viles comportamientos nada tienen que ver con el sano y necesario ejercicio de discrepar en cualquier faceta de la vida. El pasado viernes día 4 de noviembre fue un gran día para la Historia sentimental de la Ciudad.  El Señor del Gran Poder amaneció ese día en el interior de la catedral hispalense para dar una muestra vital de cual es el rostro de la Misericordia. Ese día, después de pasarme a verlo, estaba charlando en la calle Alcaicería con mi amigo Antonio González cuando me comenta que unos minutos antes se había recibido en el buzón de voz de Radio Sevilla un comentario (anónimo evidentemente) que se manifestaba en los siguientes términos: “Es una gilipollez que en esta Ciudad de catetos llamen Señor de Sevilla a un trozo de madera”.  Asumiendo en positivo la manera de pensar de los demás y en aras de la defensa de la dialéctica lo correcto al expresarse hubiera sido más bien lo siguiente: “Buenos días, me llamo....... y asumo sin complejos que el Gran Poder es de una gran belleza estética y fuente de fe para miles de sevillanos/as del ayer, el hoy y el mañana pero, aparte de esa necesaria apreciación, entiendo que no deja de ser una imagen de madera que poco o nada puede aportar al discurrir de los avatares existenciales de las personas”. Dicho así sería una opinión absolutamente respetable pero no le pidamos peras al olmo. Esto es mucho discurrir para membrillos integrales a los que solo les mueve el rencor y la capacidad de producir daño hiriendo sensibilidades. Auguraban que con la entrada de la Democracia la Semana Santa sevillana caería en picado y sería marginada por la mayoría de los sevillanos. Evidentemente, y a las pruebas me remito, ha ocurrido todo lo contrario. La ida y la vuelta del Señor de Sevilla este pasado fin de semana han supuesto una multitudinaria manifestación de fe sevillana desarrollada con un altísimo nivel de civismo y recogimiento. Comprendo que estas cosas les terminen jodiendo a unos pocos resentidos. La libertad, en todas sus variantes, es uno de los bienes más preciados del que pueden disfrutar los humanos. Tener ideas y confrontarla con respeto a las de los demás es algo que se me antoja absolutamente fundamental. Nadie está en posesión de la verdad absoluta. Las creencias –o no creencias- no configuran por si solas a una buena –o mala- persona.  Estoy seguro de que quien dejó en el buzón de voz de Radio Sevilla un comentario tan soez tendrá una madre o tuvo una abuela que, sin ningún género de dudas, consideraban –y consideran- que el Gran Poder es el único que merece llamarse Señor de Sevilla.  Demostrado queda que el sectarismo es una enfermedad que se cura escuchando, leyendo y/o pensando. Libertad siempre pero, necesariamente, sin una dosis de ira añadida.





Juan Luis Franco – Martes Día 8 de Noviembre del 2016





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