jueves, 23 de enero de 2025

El alma viva de la Ciudad


Estos días grises invernales sevillanos, donde los cuerpos se encogen y las almas se agrandan, son un canto a la templanza de una Ciudad que se retroalimenta de la siempre sempiterna nostalgia. Nunca puede ser negativo soñar con las paraísos perdidos y con las sentidas ausencias de quienes fueron los grandes baluartes de tu existencia. No se puede construir el presente sin los retazos sentimentales del pasado. La lluvia fina en Sevilla (los chaparrones son otra cosa) no son más que lágrimas que nos manda el Cielo para que sus calles y plazoletas recuperen los sentimientos de lo que pudo haber sido y no fue. Te bajas del bus en la Macarena y después de darle los buenos días a la Esperanza te marcas una ruta que te llevará de tu corazón a tus asuntos. Recorres en línea recta las calles de San Luis, Bustos Tavera, Alhóndiga, Cabeza del Rey Don Pedro, Muñoz y Pabón y terminas allí donde empezó todo, en San Nicolás. El kilometro cero de tu existencia terrenal. Calles que guardan la esencia del tiempo sin darle falsas oportunidades a los falsos modernismos. Ciudad diseñada sentimentalmente para la templanza donde el ruido y la furia siempre le resultarán elementos extraños. Una tierra, la nuestra, donde el eco de sus campanas se confunde con los Fandangos de “El Carbonerillo”; la Granaina de Manuel Vallejo; los Tangos de Pastora “La de los Peines” o la Siguiriya de su hermano Tomás. Ninguna Ciudad del mundo (salvo la Roma eterna) se deja llover con tanto sentimiento como Sevilla. Los visillos de las ventanas se descorren para ver como rebatan las gotas en los poyetes salpicados de macetas. Si aprieta la lluvia te pegas una carrerita cubriéndote la cabeza con el portafolios que llevas en la mano. Te paras en el rellano de un portal y comentas con los allí refugiados : ¡Ojú, la que está cayendo! Santa verdad, con la que está cayendo en el mundo que no nos quiten también la belleza estética de la Ciudad. El alma de intramuros reflejada en un canalillo donde salpica el agua para que los gorriones beban al soniquete triste de la tarde. Llueve y el alma de la Ciudad palpita ante lo que está por venir. Tierra de preámbulos esplendorosos y de epílogos siempre mal resueltos. La vida según Sevilla.

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