La ignorancia es la principal arma con la que siempre han contado los poderosos para convertir en eterno su dominio político y social.
Por razones obvias durante el confinamiento por la Pandemia los índices de lectura se dispararon en nuestro país. Afortunadamente esos parámetros lectores no solo se han mantenido sino que han aumentado de manera significativa. Son los jóvenes y, de manera prioritaria, las mujeres quienes más han crecido en ese gratificante aumento de lectores y lectoras. Ante el falso sambenito de que la juventud actual solo se interesa por los móviles, las diversiones grupales y las Redes Sociales los hechos se empecinan en demostrarnos lo contrario. En la Dana valenciana y dentro del gran movimiento solidario que se creó los jóvenes ocuparon un papel predominante. Era alentador verlos en las filas de voluntarios cruzando un puente provistos de palas, rastrillos y otros enseres de limpieza. No se iban de “marcha”; marchaban en aras de desarrollar la solidaridad más noble y desprendida. Lo que pasa es que resulta más fácil “criminalizar” a la juventud en su conjunto antes que valorarla segmentada en los diversos aspectos sociales y culturales. Vivimos tiempos convulsos de muy difícil digestión social. El sectarismo y el dogmatismo han propiciado que la información nos llegue envilecida y gravemente manipulada. Los jueces hacen de políticos y los políticos hacen de jueces. Cada persona es (o debería ser) un universo personal e intransferible. Dentro de lo que llamamos libre albedrío está la posibilidad de llenar ese universo con verdades o mentiras. El libre pensamiento es nuestro mejor filtro para desenredar la madeja de lo espuriamente falso e interesado. Saber elegir acertadamente las fuentes de información y saber distinguir a los verdaderos periodistas de los “funcionarios” al servicio de un determinado Partido. No entrar al trapo en bulos o falsas noticias que no tienen otro cometido que envilecer la Sociedad que nos hemos dado entre todos. Afortunadamente no somos perfectos y es bueno admitir que navegamos en un mar de contradicciones. Seguir a ciegas las consignas de los lideres (teóricamente considerado de los “nuestros”) lleva implícito que nuestras opiniones se manifiesten tan solo en un voto (o un frenético aplauso en un mitin). Conviene desconfiar de los articulistas / tertulianos / politólogos que siempre disparan sus flechas en la misma diana. De los políticos de doble cara que convierten el blanco del lunes en el negro del martes. En nuestra “mochila” existencial llevamos nuestra manera de pensar y sentir. Nuestra ideología política; nuestro credo; nuestro concepto del Arte y la Cultura y nuestra necesaria libertad deseando salirse siempre por la cremallera de la “mochila”. Eligen por nosotros a nuestros amigos y también a nuestros enemigos. Siempre con la herramienta del Dogma que impregna de veneno la vida ciudadana. No solamente pagan justos por pecadores sino que el pecado ya ha dejado hasta de ser original. Estamos instalados en la comodidad del buen conformista. El verdadero problema no radica en los manipuladores sino en lo felices y contentos que se muestran los manipulados. ¿Pensar libremente de cuantos nos rodea? Parece ser que no interesa enfrentarse a la realidad. Nos mostramos atados de pies y manos ante los que piensan y deciden por nosotros. Luego, de manera pertinaz siempre terminaremos buscando un chivo expiatorio. Pensar o no pensar he ahí la cuestión.
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