lunes, 27 de enero de 2025

La babucha. Toma 2


Hace unos días escribíamos sobre la eficacia correctora de la babucha voladora materna. Lo que ocurre es que el tema babuchero tiene todavía un mayor recorrido. Dentro de los elementos hogareños invernales la babucha ocupa uno de los puestos de mayor relevancia. La babucha se nos manifiesta en sus dos principales variantes. Con el talón cubierto o por el contrario con el talón descubierto. El amplio batallón de “los tiesos” siempre las solemos utilizar preferentemente de paño. Las clase pudientes las utilizan de otros materiales “más nobles” y además la llaman “zapatillas de estar por casa”. Estas babuchas (seudo aristocráticas) suelen ser de tela o incluso de fino cuero y en algunos casos rematadas por un escudito que deja constancia de que no todos los pies son iguales. Pocas cosas existen que envejezcan mejor que las babuchas. Contra más usadas más cómodas nos resultan. Desprendernos de unas viejas babuchas resulta un acto luctuoso y es como decirle adiós para siempre a un verdadero amigo hogareño. Su correcto uso lleva implícito una especie de manual que se transmite de padres a hijos. Andar con babuchas es hacerlo arrastrando los pies pues si los levantamos del suelo las dejamos detrás de nosotros. Requiere una cierta cautela cuando estamos sentados en el sacrosanto imperio que componen sofá, mesa-camilla y brasero. Situarlas lejos del brasero es un acto donde manda la necesaria cautela. Todo antes que terminar envuelto en un fuego domestico. Luego está la relación que, a ciertas edades, guarda la babucha con la noche. Cuando ya formas parte del clan de los “meones nocturnos” la bajada de la cama para recuperar la babucha resulta algo dificultosa. Te levantas somnoliento a oscuras y deber tener situada las babuchas a los pies de la cama perfectamente alineadas. Primero las tanteas con la punta del pie para determinar claramente entre la izquierda o la derecha (hablo de babuchas y no de política). Introduces los pie (de uno en uno) de manera lenta pero segura. Después te incorporas hacia la posición vertical y ya puedes dirigirte hacia tu destino nocturno. Recuerdo la felicitación navideña del impagable Salva Gavira en las últimas Navidades. Allí estaba este noble trinitario mirándonos con solemnidad, trajeado, encorbatado, abanderado y…. ¡con babuchas! La estética y la comodidad unidas de la mano. Mi madre, ya muy mayor, asistió gozosa al enlace matrimonial de su nieta (mi hija Alicia). No tenía intención de fallecer sin ver a su nieta casada y se presentó en la boda en perfecto estado de revista. Estrenaba traje y, lo que más le preocupaba, también zapatos. Preocupación grande y justificada por unos pertinaces juanetes que le podían dar el día. Aplicó su lema de que a cada problema una solución. Portaba un bolso grande y dentro del mismo, perfectamente guardadas en un plástico, llevaba unas babuchas. Cuando la boda entró en esa fase donde los malajes cuentan pésimos chistes y los graciosos se muestran nostálgicos ya tenia puesta las babuchas. Estando a su lado todo el tiempo no me percaté de ese eficaz movimiento de cambiar zapatos por babuchas. Ya me advirtió que la avisara un poco antes de marcharnos para volver a un nuevo cambio de calzado. Un día, con 98 años de edad recién cumplidos, se dijo que ya tocaba irse definitivamente de las bodas y de la vida. La existencia humana fraguada entre babuchas voladoras y los pertinentes relevos generacionales. Las babuchas deambulando libremente por nuestros hogares. En los pequeños detalles es donde duerme la soñada y anhelada felicidad.

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