Al menos una vez a la semana acudo al Convento Madre de Dios de la Piedad situado en la sevillana calle San José. Gestionado espiritual y laboralmente por 10 monjas de la Orden Dominica que se afanan en endulzarnos el paladar. Siempre con una sonrisa beatífica que nos retrotrae a mundos ocultos donde la presencia de Dios siempre se nos muestra omnipresente. Entras en el zaguán después de traspasar una antigua puerta de madera entreabierta. Al fondo, tras una cancela, se nos presenta en todo su apogeo un patio sevillano donde la luz y el deambular de algunas monjas nos hace sentirnos atemporales. Justo a la izquierda tal como se entra existe una ventana de cerrajería sevillana y un timbre lateral que sustituye a las viejas campanillas de antaño. Siempre suele atender solicita una muchacha africana de una belleza turbadora y una simpatía que nos hace sentirnos por un momento en las puertas de la Gloria. Habla de manera perfecta el castellano con una cierta lentitud utilizando un fraseo que nos redime de un mundo hartamente compulsivo.
Están en sintonía con el siglo XXI sin perder la idiosincrasia de un Convento que se fundó en el Año del Señor de 1472 promovido por doña Isabel Ruíz de Esquivel, viuda de don Juan Sánchez de Huete. En 1495 se produjo una inundación del Convento (situado entonces en la Puerta de Triana. En los aledaños de la actual calle Zaragoza) y se le solicitó ayuda a Isabel la Católica. Esta les concedió unas casas de la antigua Judería perteneciente a los judíos (Collación de San Nicolás). La Historia de este Convento y su Iglesia adyacente es realmente singular y de un gran calado histórico. Valga como ejemplo que en el susodicho templo están enterradas la viuda de Hernán Cortés (doña Juana de Zúñiga) y su hija Catalina. Un recinto sagrado y lleno de historia sevillana. Las monjas tienen muy presente donde están y, lo más importante, también saben donde estamos nosotros. Somos almas deambulando sin rumbo fijo por entre cables y paraísos artificiales. Atrapados por las prisas y por la tiranía de las hojas de los almanaques.
Los dulces conventuales de este sagrado recinto son de una calidad extraordinaria. Famosas son sus magdalenas con las que suelo desayunar muchos días del año y sus “Naranjitos sevillanos” que son un regalo a los paladares más exquisitos. Los conventos sevillanos se financian para su subsistencia con la venta de los dulces conventuales. Bien haremos en un ejercicio de noble sevillanía en no darles la espalda. Nuestro paladar siempre se nos mostrará agradecido. Ya el gran poeta Luis Cernuda hacía una bellísima referencia a las Yemas de San Leandro en su inmortal Ocnos. Los conventos sevillanos languidecen entre monjas nativas muy mayores, llenas de bondad y acompañadas de muchachas africanas que nos traen la belleza de sus tierras y todo un caudal de ilusión en forma de Fe. Viven y conviven en completa armonía bajo el estandarte de la Religión Cristiana. Los Hornos de los Conventos son uno de los últimos reductos que nos atan a nuestros ancestros. Si la Gloria tiene un olor especial seguro que se parece al que se produce en las dependencias de los Hornos conventuales. Sevilla siempre tiene ese olor que sabe a gloria bendita. Salgamos a su encuentro antes que terminen por desaparecer.
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