“No podemos cambiar las cosas que ocurrieron, pero si modificar la relación que tenemos con ellas” (Juan José Millás)
Es una frase hecha pero que encierra una verdad incuestionable cuando decimos: “Es conveniente vivir con los recuerdos y no de los recuerdos”. Hacer un balance permanente de lo vivido aparte de estéril es un elemento corrector de lo que somos. A ciertas edades el presente es el único eslabón que nos ata a lo vivido y a lo que esté por vivirse. Recordar a personas que mucho te quisieron y a las que mucho quisiste es una manera gratificante de entender que la vida, a pesar de todos los pesares, es hermosa y bella. Rememorar aquellos mágicos momentos donde la Felicidad se paró un rato en la puerta de tu casa es un canto laudatorio a los sueños hecho realidad. No somos lo que fuimos ni tampoco lo que seremos somos lo que nos va marcando la implacable sentencia de las hojas de los almanaques. El hoy, el presente, lo cotidiano y lo inmediato como sustratos inapelables del ejercicio de vivir. Intentar dar vueltas atrás a nuestras vidas utilizando el comodín de una nostalgia mal gestionada es el camino más corto para anular de contenido nuestro presente. Cuando ya solo te ilusionas hablando del pasado estás renunciando a gastar los días que te quedan por vivir. Es lógico y humano que las circunstancias personales de cada persona terminan por configurar su presente. Quien tiene una salud deteriorada añora sus años de poderío físico y quien sufre los arañazos de la tragedia necesita, en no pocas ocasiones, agarrarse a sus perdidos años de Felicidad.
Los ausentes siempre estarán presentes en la medida de que los recordemos con cariño. Lo importante, lo verdaderamente importante, siempre estará en el tramo de vida que nos quede por gastar. Vivimos instalados en una época donde las prisas ya forman parte indisoluble de nuestra existencia. Todo gira en aprovechar las horas viviendo muchas experiencias que otros ya tienen programadas para nosotros. Tenemos lista de espera para todo. Para la maltrecha y deteriorada Sanidad Pública. Para programar las series o películas que tenemos que ir viendo de manera compulsiva. Para cualquier cita con cualquier amigo (“Ya te llamo y te digo como tengo la semana” nos dicen desde una situación de jubilado). Si nuestro Equipo va ganando por una corta diferencia los minutos pasan con lentitud de tortuga. Si por el contrario vamos perdiendo esos mismos minutos avanzan a una velocidad de vértigo. Los minutos son los mismos lo que varía es nuestra percepción de los mismos. El diálogo está en horas muy bajas. Ya nadie escucha a nadie y todos hablan (sálvese quien pueda) para si mismos. Desde hace unos años se ha puesto de moda la auto-reivindicación. Por si acaso se te han olvidado te recuerdan de manera permanente sus muchos y grandes méritos (eso sí, siempre utilizando el latiguillo de “modestia aparte”). El “yo” como elemento fundamental de las “conversaciones”. Actualmente el sentirse importante en cualquier parcela se ha convertido en una necesidad existencial. Nunca aprendemos que estamos de paso y que al final nuestro mayor y único legado es que la mayoría de quienes te conocieron te recuerden como una buena persona. Lo demás son pompas de jabón lanzados al aire desde las azoteas.
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