Cuando escribo este “Toma de Horas”está dando su último suspiro la tarde de un domingo 20 de septiembre del 2009. En el reloj de las horas están a punto de dar las nueve –en el de los días las cosas van por otras coordenadas-. Me siento en el ordenador sin saber ni tener un tema predeterminado para cubrir un nuevo “Toma de Horas”. El Betis acaba de ganar en Albacete. El ayer Eurobetis de donmanué, hoy hace equilibrios en navajas albaceteñas, por tierras manchegas, en busca de su sitio natural: la Primera División. Como por arte de magia aparece Camarón en el Canal flamenco de Internet. Empieza a cantar el “Romance del Amargo” de Federico García Lorca. Canta “El Pijote”con su inigualable voz impregnada de aires salineros:
- El veinticinco de junio
le dijeron al Amargo:
ya puedes cortar si quieres
las adelfas de tu patio.
Pinta una cruz en la puerta
y pon tu nombre debajo
porque cicutas y ortigas
nacerán en tu costao,
y agujas de cal moja
te morderán los zapatos.
(………………………………………)
Ya empezó a rodar, en todos los aspectos, eso que eufemísticamente llamamos “el nuevo Curso”. Renovarse o morir, o morirse con las no siempre acertadas renovaciones. Al final todo queda reducido a los estados de ánimo de cada uno, motivado por la circunstancias personales que atravesemos. Para mí, a que negarlo, en lo personal empieza una etapa verdaderamente ilusionante: la más que inminente posibilidad de estrenarme como abuelo. Mi hija me comentó hace poco días que aparte de que el embarazo va viento en popa, la ecografía le confirma que en su vientre late el corazón de un sevillano. Se llamará Rafael como su bisabuelo –mi padre- y como el genio italiano de la pintura del Renacimiento (Raffaello). En su futuro DNI figurará un nombre rotundo y de hermosa pronunciación sevillana: Rafael Muñoz Franco. Muñoz por su padre y como Muñoz y Pavón, el canónigo que defendió el funeral de Joselito el Gallo en la Catedral. Franco por su madre y recordando la sevillanía de su abuelo Rafael Franco “Niño de San Nicolás”, y agarrado amorosamente al sevillano martillo de un capataz de capataces del mismo nombre: Rafael Franco Rojas.
Lo cierto es que ya ha empezado a moverse el mágico círculo de la Ciudad. Cuando este Toma de horas vea la luz del amanecer sevillano, se habrá celebrado el Triduo en el Salvador de la Virgen de la Merced, espléndida tras ser hermosamente restaurada.
Dentro de poco rebuscaremos en nuestro armario –fijarse si queda alguien dentro- alguna ropa de abrigo. Chaquetas de fina textura o chalecos finos de pico con reminicencias a los Almacenes Peyré o Algarín Hermanos. Con el cambio de hora los días serán más cortos y las noches más largas. Tiempo de lecturas sosegadas y paseos por una Ciudad que hecha el cierre de sus persianas antes de que muera la tarde. Ya habrá sido cautivo y desarmado el pegajoso espíritu del duro y correoso verano sevillano. Tardará algún tiempo en que nuestro primer comentario mañanero sea….”ojú, vaya nochecita de caló. No se ha podido pegar un ojo”. Ya todo será distinto y el reloj de los tiempos -no el de la horas- caminará con paso firme y decidido hacia lo que está por venir: los Días Grandes de esta vieja y sabia Ciudad. Un buen amigo –al que quiero dedicarle para que lo conozcan un Toma de Horas- dice que Sevilla se disfruta en los sueños y, se padece en las realidades. Dicho queda.
Visitar el Alcázar una mañana de sol otoñal. Sentir crujir las hojas bajo nuestros pies a la salida de la Basílica del Señor de Sevilla. Caminar pausadamente un lunes cualquiera por el ángulo callejero y sentimental de Pajaritos, Abades, Aire y Federico Rubio, hasta desembocar en la Placita de Ramón Ybarra. Luego entrar en San Nicolás y sentarse a contemplar el divino rostro de la Reina de la Judería, Señora de la Candelaria.
O ver llover tras los cristales con la mirada perdida hacia la cornisa del Aljarafe –el que se sueña más que se ve-, percibiendo olores de pan de pueblo, a carrilladas pro-colesterol y a mosto recien parido de la uva. Nadie lo dijo nunca como Serrat:
Llueve
detrás de los cristales, llueve y llueve,
sobre los chopos medios deshojados
sobre los pardos tejados,
sobre los campos llueve.
Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
La tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece
con su balada de otoño.
(…………………)
Poco queda por añadir. Mejor no tocar la rosa, que diría el Poeta de Moguer. Esa es en definitiva la esencia del alma sevillana: ser siempre niños eternos en busca del paraíso soñado.
- El veinticinco de junio
le dijeron al Amargo:
ya puedes cortar si quieres
las adelfas de tu patio.
Pinta una cruz en la puerta
y pon tu nombre debajo
porque cicutas y ortigas
nacerán en tu costao,
y agujas de cal moja
te morderán los zapatos.
(………………………………………)
Ya empezó a rodar, en todos los aspectos, eso que eufemísticamente llamamos “el nuevo Curso”. Renovarse o morir, o morirse con las no siempre acertadas renovaciones. Al final todo queda reducido a los estados de ánimo de cada uno, motivado por la circunstancias personales que atravesemos. Para mí, a que negarlo, en lo personal empieza una etapa verdaderamente ilusionante: la más que inminente posibilidad de estrenarme como abuelo. Mi hija me comentó hace poco días que aparte de que el embarazo va viento en popa, la ecografía le confirma que en su vientre late el corazón de un sevillano. Se llamará Rafael como su bisabuelo –mi padre- y como el genio italiano de la pintura del Renacimiento (Raffaello). En su futuro DNI figurará un nombre rotundo y de hermosa pronunciación sevillana: Rafael Muñoz Franco. Muñoz por su padre y como Muñoz y Pavón, el canónigo que defendió el funeral de Joselito el Gallo en la Catedral. Franco por su madre y recordando la sevillanía de su abuelo Rafael Franco “Niño de San Nicolás”, y agarrado amorosamente al sevillano martillo de un capataz de capataces del mismo nombre: Rafael Franco Rojas.
Lo cierto es que ya ha empezado a moverse el mágico círculo de la Ciudad. Cuando este Toma de horas vea la luz del amanecer sevillano, se habrá celebrado el Triduo en el Salvador de la Virgen de la Merced, espléndida tras ser hermosamente restaurada.
Dentro de poco rebuscaremos en nuestro armario –fijarse si queda alguien dentro- alguna ropa de abrigo. Chaquetas de fina textura o chalecos finos de pico con reminicencias a los Almacenes Peyré o Algarín Hermanos. Con el cambio de hora los días serán más cortos y las noches más largas. Tiempo de lecturas sosegadas y paseos por una Ciudad que hecha el cierre de sus persianas antes de que muera la tarde. Ya habrá sido cautivo y desarmado el pegajoso espíritu del duro y correoso verano sevillano. Tardará algún tiempo en que nuestro primer comentario mañanero sea….”ojú, vaya nochecita de caló. No se ha podido pegar un ojo”. Ya todo será distinto y el reloj de los tiempos -no el de la horas- caminará con paso firme y decidido hacia lo que está por venir: los Días Grandes de esta vieja y sabia Ciudad. Un buen amigo –al que quiero dedicarle para que lo conozcan un Toma de Horas- dice que Sevilla se disfruta en los sueños y, se padece en las realidades. Dicho queda.
Visitar el Alcázar una mañana de sol otoñal. Sentir crujir las hojas bajo nuestros pies a la salida de la Basílica del Señor de Sevilla. Caminar pausadamente un lunes cualquiera por el ángulo callejero y sentimental de Pajaritos, Abades, Aire y Federico Rubio, hasta desembocar en la Placita de Ramón Ybarra. Luego entrar en San Nicolás y sentarse a contemplar el divino rostro de la Reina de la Judería, Señora de la Candelaria.
O ver llover tras los cristales con la mirada perdida hacia la cornisa del Aljarafe –el que se sueña más que se ve-, percibiendo olores de pan de pueblo, a carrilladas pro-colesterol y a mosto recien parido de la uva. Nadie lo dijo nunca como Serrat:
Llueve
detrás de los cristales, llueve y llueve,
sobre los chopos medios deshojados
sobre los pardos tejados,
sobre los campos llueve.
Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
La tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece
con su balada de otoño.
(…………………)
Poco queda por añadir. Mejor no tocar la rosa, que diría el Poeta de Moguer. Esa es en definitiva la esencia del alma sevillana: ser siempre niños eternos en busca del paraíso soñado.
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