viernes, 9 de octubre de 2009

Mi tortuga Pastori


Demostrado queda hasta el infinito tanto por activa como por pasiva, que nuestro futuro está señalado a sangre y fuego por las fuerza del destino o para los creyentes por la intersección divina. Todo es relativo y el cielo azul celeste que hoy disfrutamos sobre nuestras cabezas puede convertirse en negros nubarrones y llover a mares:

Que tiene que llover,
tiene que llover,
tiene que llover a cantaros. (Pablo Guerrero)

O bien a la inversa que todo es posible en nuestra andadura terrenal. Dice una letra del Flamenco:


Nadie hable mal del día
hasta que la noche llegue,
yo he visto mañanas tristes
tener las tardes alegres.



Bien cierto es. Todo funciona a través de ciclos (incluyendo la propia existencia. Nacer y morir van unidos de la mano como la noche y el día) que emergen y desaparecen sin solución de continuidad. Nuestras relaciones en el amor, el trabajo, la familia, lo corporativo, los amigos y todo lo que esto conlleva nacen y mueren como las hojas de un almanaque. Nada es eterno salvo la Fe y los actos que nacen del Amor, la Solidaridad, el Sacrificio y el Arte. Decía Antonio Machado:


Y cuando llegue el día
del último viaje,
y este al partir la nave
que nunca ha de tornar;
me encontraréis a bordo
ligero de equipaje;
casi desnudo
como los hijos de la mar.


Ahí queda eso. Nunca se ha dicho ni se dirá mejor.


Como complemento sentimental teníamos en mi casa como mascotas a una perrilla teker, un canario que cantaba con la misma afinación que Manuel Vallejo y una tortuga tropical. Pues bien el primero que se ausentó (este de manera traumática y para siempre) fue el canario. En un descuido entró un ave carroñera en la terraza y lo destrozó en su jaula. Nunca le deis la espalda a los carroñeros que esos van directo a por tu yugular.
Después viví un hecho singular y de inolvidable recuerdo: mi hija primogénita se casó y formó su propio nido. Alzó el vuelo en toda su plenitud de belleza y esplendor. Dice la Alboreá gitana:

Bonita es la novia,
bonito es el novio,
bonita es la cama
de su matrimonio.


Hoy gozosa comprueba en su vientre como su futuro hijo va creciendo paulatinamente. Esta guapa a rabiar en su deseado embarazo, y que conste que no es pasión de padre.

En la actualidad vivo solo con mi tortuga. Debo reconocer que esta situación no me resulta nada traumática, y la depresión –toquemos madera- campa muy lejos de mi territorio sentimental. Todo lo contrario. Es el eterno descuelgue vivencial que se produce en el carrusel de la vida. Crecen, se hacen mujeres y hombres y se buscan la vida fuera de nosotros. Es ley de vida y como tal hay que aceptarlo. Las cosas son como son y no podemos luchar contra la naturaleza de las mismas. Soledad no es vivir solo, soledad es llamar al eco y que este te dé la callada por respuesta. Decía Winston Churchill …”al final del camino de la vida lo verdaderamente importante es estar en paz con tu conciencia”. Pues por ahí andamos. De nuevo cito a mi poeta de cabecera Antonio Machado:


Converso con el hombre
que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.



Así que en la actualidad y de manera temporal habitamos la casa –huérfana de voces y ecos- la tortuga y yo. Hemos establecido una relación de complicidad que hace que nos sintamos habitantes de un mismo espacio. Acecha mis salidas a la terraza –que es donde tiene su aposento inmersa en el agua de un barreño de plastico- para reclamarme con grandes aspavientos su ración de camarones secos. Siempre insaciable como la crisis económica que nos acecha por las esquinas del consumo, y nos pasa factura en las cajas de los supermercados. Reclama mi atención moviendo sus patas como molinetes de vientos y con su esférica boca abierta de par en par. Parece decirme….”dame camarones a discreción que ya vendrán los fríos e invernaré hasta la primavera. Portate bien o me largo al Parque del Alamillo”. Curioso animal este. De una longevidad extrema (algunas especies llegan a sobrepasar los ciento cincuenta años) planifica su vida a su libre albedrío. Saca la cabeza solo si en el exterior encuentra algo de su agrado y su lentitud de movimientos posibilita que el estrés sea ajeno a su propia naturaleza.



Parece decirme…”para que tanto correr si todos tenemos un día y una hora señalados de negro en nuestro calendario”. Lágrimas negras que tarde o temprano resbalarán por nuestro rostro. Su caparazón le preserva de agresiones externas y su cabeza y patas aparecen y se esfuman como por arte de magia. Aplicando las leyes de la naturaleza es previsible que su vida sea mas duradera que la mía –vamos que si hace falta yo firmó ahora mismo el empate- e ignoro que será de ella (o de mí) cuando esta surrealista relación nuestra se rompa. Mientras tanto seguiré aprendiendo observándola y la obsequiaré copiosamente con raciones de camorones secos. Intento evitar que al volver un día al piso me encuentre el barreño vacio y una nota pegada con fixo en la pantalla del ordenador que diga: ”ahí te quedas pringao que yo me largo con mi gente a las Islas Galápagos”.

Por mí seguro que no vá a quedar y voy a mimarla cuanto esté en mi mano.

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