lunes, 15 de marzo de 2010

La Ciudad de los prodigios


Tomando prestado el título a la novela -la más que excelente novela- de Eduardo Mendoza (“La ciudad de las prodigios”–1986), nos aventuramos en los prodigiosos vericuetos sentimentales que, a través de la Cuaresma, nos llevarán a la desembocadura de los los días grandes de la Ciudad. Decir, que la Semana Santa sevillana se nos muere cuando, el Domingo de Ramos, vemos por la calle al primer nazareno es mucho decir.

Solo puede morir quien vivió muerto.
Y tu Sevilla eres eterno manantial
que llenaste de oasis los desiertos.

¡Quedan tantas sensaciones por vivir desde el Domingo de Ramos hasta el de Resurrección! ¿Sentir nostalgia por lo que irremediablemente se nos irá antes de que nos llegue? Son paradigmas de tópicos imperantes y poco consistentes, nada acordes con los gloriosos dias venideros. Sería como notar pesadez de estomago antes de probar siquiera una excelente comida. No es bueno sacar de contexto nuestra Semana Mayor. Lo hicimos en el ayer, lo hacemos en el presente y posiblemente lo harán los que nos sucedan. Son siete, siete gloriosos días, que cada sevillano la interpreta a su forma y manera. Unos viviéndolos intensamente desde los prolegómenos cuaresmales. También colaborando activamente en el seno de las hermandades, prestos a las tareas para los que son requeridos. Otros haciéndolo solamente el día que sale su Hermandad y haciéndose participes de su discurrir callejero. Algunos recuperando por unas horas barrios –los suyos- perdidos en la memoria urbanística de la Ciudad, pero nunca olvidados en lo sentimental y tradicional. También están los que huyen del bullicio de las calles –están en su derecho- buscando la placidez de los atardeceres costeros, o los amaneceres serranos, arrullados entre cantos de cigarras y olores matutinos de campos mojados por el rocío. Los años me han enseñado –y bien está que así sea- que existen tantas Semanas Santas como sevillanos pululan por la Ciudad. El carnet de buen sevillano solo se obtiene mimando y peleando para que la vieja Hispalis sea querida y respetada. Mimarla en su pasado y pelear por cambiar su gris presente por un luminoso futuro. Cada sevillano/a tiene –o debía tener- una responsabilidad civil sobre los aconteceres del día a día de la misma. Nombramos a los políticos para que trabajen por el bien común y no por los suyos propios y los de su Partido. A nuestra Ciudad se la mima conociendo su hermosa Historia de gozo, pena, sombra y luz. Tratándola como una bella y frágil dama que necesitara el apoyo de nuestro brazo para cruzar sus calles, o ayudandola a sentarse plácidamente en sus jardines y plazuelas. Sublime en sus conceptos artísticos y amorosamente ambigua en casi todos lo demás. Solamente aquí, podíamos llamar a la dama que desde la cuspide de su Torre Mayor marca su cumbre ante los cielos como: el Giraldillo. Aquí donde las virgenes son en la plasmación de ilustres imagineros más jóvenes que los cristos. Pero son ambiguedades programadas desde el cariño y la fe. Podemos ver morir al Cristo del Amor el mismo Domingo de Ramos, y luego el Viernes Santo por la tarde, cruzar el puente de Triana al Señor de la O con su cruz de carey al hombro.

Y todo –absolutamento todo- está perfectamente sincronizado con los sentires más nobles y profundos de la Ciudad.
La Semana Santa sevillana no es un Historia cristiana compacta y cronológicamente expuesta, sino más bien un cumulo de sensaciones y vivencias fragmentadas a lo largo de la misma. Pero, eso si, siempre respondiendo a unos criterios estéticos y sentimentales que solo podrían darse en la ciudad de Sevilla. Un puzzle que en el tablero de sus calles se recompone cada año de manera armoniosa y perfectamente sincronizado. La Historia más grande jamás contada expuesta al mundo a través de lo secularmente sevillano.

Cuando en Semana Santa me han visitado algunos amigos de fuera de nuestras lindes, siempre he procurado no darles la “vara” con explicaciones seudo-artísticas, culturales o tradicionalistas. Siempre los he dejado a su libre albedrío. Solo me he permitido recomendarles que abran lo mejor de sus sentimientos ante la belleza que se les muestra. Que pregunten sobre lo que ven, pero nunca por lo que no entienden. Reconozco que a algunos los he visto profundamente emocionados y a otros –los menos- bostezando, locos por marcharses a cenar y de vuelta al hotel.

Un día vivimos –concretamente un Martes Santo- un caso paradigmatico con un matrimonio amigo recién llegados de los madriles. Ambos eran ajenos en conocimientos y sentires además de primerizos ante nuestra Semana Santa. Mientras ella se animaba con el transcurrir de las horas y nos pedía cada vez más dosis de pasos y calles. Él ya estaba loco por volverse a su guarida hotelera. Llegamos, como deber ser, a una solución salomónica: dejamos a nuestra amigo comodamente instalado en su hotel y nos fuímos con doña Cibeles a machacar zapatos y a embriagarnos de sensaciones compartidas. Después de ver entrar a la Candelaria nos preguntó que más podíamos ver a esa hora, y yo –todavía laboralmente en activo- le dije que tuviera compasión de nosotros que nos gusta esto mucho pero no tanto. Desde entonces es muy difícil que falten a nuestra Semana Santa. Pero siguen utilizando el mismo esquema callejero y procesional. Él se retira cuando lo estima oportuno a sus aposentos ebrío de cera, luz, música y manzanilla, mientras que ella, sigue recorriendo la Ciudad en busca del Hijo de Dios y de su bendita Madre. Lo curioso es que yo suelo acompañar al marido unas horas en el bar del hotel para también reponer fuerzas. Ya no puedo con este frenético ritmo callejero. Ella se busca a gente con más fondo fisico que nosotros para completar su maratoniano recorrido semana santero.

Son gente que no han necesitado nacer o vivir en Sevilla para saber atrapar el alma de la misma. No tenían, ni tradicional ni sentimentalmente, nada que les uniera a la Ciudad y a su Semana Grande. Poco o nada importa. Son legítimos poseedores del titulo, excelso titulo, de sevillanos de adopción. Han hecho suya esta Ciudad durante toda una semana. Renuncian a las placidas olas del mar por disfrutar de la marea humana en torno a la Macarena. Prefieren viajar al centro de la luz cuando ven pasar entre hachones en penunbras al Calvario, que hacerlo en un boeing camino de falsas islas paradisiacas. Han descubierto, en definitiva, los caminos que llevan al corazón de la Ciudad de los prodigios.

Nota luctuosa: El pasado viernes 12 de marzo falleció a los 89 años de edad, Miguel Delibes. Se nos va –solamente en lo físico pues su legado cultural y humano serán eternos- uno de los mas grandes escritores en lengua castellana (española) de todos los tiempos. Siempre podremos revivirlo a través de su extraordinario talento literario, su gran amor por la Naturaleza y sus grandes dotes de humanista. Agradecerle eternamente el extraordinario legado cultural que nos deja como hermosa herencia. Ahí quedarán como testimonio de su enorme capacidad intelectual sus: “Cinco horas con Mario; “Los santos inocentes”; “La sombra del ciprés es alargada”; “Las ratas”; “Señora de rojo sobre fondo gris”; “Diario de un jubilado”……. Descansa en paz Maestro y gracias por haber vivido y habernos ayudado a vivir a los demás.

1 comentario:

Ángel Vela dijo...

Para la antología de textos sevillanos sobre la Semana Santa...
Mi abrazo y agradecimiento.