miércoles, 24 de marzo de 2010

Bondad infinita, infinita maldad.


Los veo desperdigados en sitios estratégicos por las calles del Centro de la Ciudad. Son aquellos que ya nada tienen ni tampoco nada esperan. Náufragos de la vida cuyas existencias solo tiene un sentido: la dura lucha por la supervivencia. Están siempre sentados en el suelo rodeados de grandes bolsas con todas sus pertenencias. Mantas y cartones son sus aliados inseparables para combatir las durísimas inclemencias del tiempo en la calle. Muchos de ellos tienen perros de miradas tristes y melancólicas. Fieles y únicos compañeros de fatigas y sinsabores. Llama poderosamente la atención el observar como estos nobles caninos tienen mejores aspectos que sus dueños. Los tienen perfectamente atendidos en sus necesidades alimenticias y afectivas.

Algunos, tocan con cierta habilidad alguna flauta para atraer la atención de sus posibles benefactores. Son –en su mayoría- extremadamente educados. Se ponen junto a ellos un vaso pequeño de plástico por si alguien al pasar tiene la gentileza de echarle alguna monedilla. Si lo haces te dirán de manera muy educada: “muchas gracias caballero”. Otros hacen ceniceros de latas y te los ofrecen por lo que nuestra voluntad estime conveniente darles. Son pedigüeños pasivos que nunca abordan a nadie en la calle para pedirle. Dejan a nuestra entera libertad y conciencia el que nos hagamos solidarios con su terrible pobreza.

Situemos –lógicamente- fuera de este contexto de indigencia a los artistas urbanos. Aquellos que a través de la música o del arte de la mímica y la pintura, llenan nuestras ciudades de talento y sensibilidad. Les dan a la calle calor y color, consiguiendo que entre nosotros y los escaparates de las tiendas, existan pequeños oasis culturales. He escuchado en la calles Sierpes o Tetuán tocar a un cuarteto de jazz, a un excelente guitarrista flamenco (que además cosa bastante complicada, se cantiñeaba bastante bien mientras se acompañaba con la sonanta) o a un quinteto de violines interpretando a Strauss verdaderamente admirable. Algunos de estos músicos callejeros poseen un talento extraordinario. Luego están los del mimo y los pintores que nos sorprenden gratamente, y nos regalan su impagable legado artístico a cambio de unas monedas sueltas. Nos hacen felices en nuestro deambular callejero, y es justo que recíprocamente les demos nuestra insignificante aportación por lo que tan gentilmente nos ofrecen. No están pidiendo, están, como cualquier artista, ofreciéndonos su arte conseguido sin duda a base de años de estudios y dedicación. No les hacemos un favor con nuestras exiguas donaciones, más bien al contrario, somos nosotros los agradecidos por ser receptores y beneficiarios del talento que emana de su arte callejero.

El mundo de los indigentes es bien distinto. Aquí solo nos ofrecen, a través de sus tristes miradas, su derrota ante la vida y sus trágicas consecuencias. Han quedado varados, perdidos y olvidados en el puerto de la desesperanza. Cada uno es el triste resultado de una historia personal –la suya- que lo ha llevado al último escalafón de la escala social: la indigencia. Son herederos del desarraigo familiar, el paro, el alcohol, las drogas, el desamor, la pena y de las mil formas que tiene el ser humano de ser derrotado por los reversos –duros e inmisericordes- de la vida.



Existen organizaciones sociales que, en una noble tarea, tratan -y consiguen en algunos casos- reinsertar de nuevo en la Sociedad a algunos indigentes. Nadie nace mendigo. Es la vida y sus circunstancias la que los lleva a un estado de total abandono y soledad. Se han rendido definitivamente ante todo y ante todos. Ya nada esperan, solo la subsistencia desde la orfandad más absoluta.

Os cuento una anécdota: hay uno que siempre me paro a hablar con él, pues siempre me llamó poderosamente la atención. Permanece situado en la calle Martín Villa, entre las oficinas de Cajasol y la del Banco de Santander. Creo que es noruego y sus modales dejan entrever una más que excelente cultura y educación. Le acompaña un perro grandote color canela. Este educado mendigo es rubio y colorado como un cangrejo. Cuando me paró a dialogar con él, se siente incomodo por su situación y hace ademán de levantarse. Las buenas formas por bandera. Un día comprobé junto a su perro un saquito de pienso anti-alérgico. Me resultó familiar pues mi perra lo estuvo comiendo una temporada, para combatirle unos pruritos que le salían en la piel. Se lo comenté y me dijo que a su perro le pasaba algo parecido. Lo curioso es que un paquete de 1 kilo de este pienso costaba ¡9 euros! Él pedía para comer y no permitía que a su perro le faltase de nada. Bondad humana en estado puro.

Dentro de muy pocos días, veremos pasar al Hijo de Dios y a su Bendita Madre por las calles de nuestra Ciudad. Cuando nos paremos a contemplar el rostro del Mesías, veremos como en el mismo está reflejado el desosiego y la desesperanza de los desheredados de la Tierra. Duele no solamente por lo que vemos sino por lo que representa y trasmite su dolor. Ese es el sitio natural de su divina presencia: tomando forma y cuerpo ante los que sufren, y que ya no encuentran ningún asidero a los que agarrarse. No busquemos al Cristo redentor bajo las sotanas de esos crápulas que en Irlanda y Alemania abusaban y machacaban a seres indefensos. Aquellas pobres criaturas que la vida abandonó a la deriva por los mares de la orfandad y, que “recogidos” por estos “curas” (que manchan el nombre de Dios con sus canallescas perversidades), fueron salvajemente maltratados y violados. La maldad humana en estado puro.

No les demos la espalda a los indigentes con frases tan socorridas como: “es mejor no darles nada, que luego se lo gastan en drogas y vino”; “es que aunque los ayudemos no quieren nuestra ayuda”. Ellos son como nosotros, pero la diferencia es que han sido derrotados por la vida y sus trágicas circunstancias. No nacieron indigentes, fue la vida la que les proporcionó esta tristísima condición humana y social. Ayudarlos directamente, o a través de hermandades u organizaciones sociales es nuestra obligación de humanistas cristianos. Otros que lo hagan –si lo estiman oportuno- desde sus posicionamientos ideológicos o políticos. No nos engañemos: si pasamos de ellos estamos pasando de nuestra noble condición de seres humanos.

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