miércoles, 5 de febrero de 2014

El sentido secuestrado





Un bondadoso y leal amigo que, aparte de serlo, es un asiduo lector de los “Toma de Horas” me hizo el otro día una reflexión digna de tenerse en cuenta. Me dijo concretamente que, conociendo sobradamente mi sentido del humor, son pocos los “Toma de Horas” proclives a provocar una sonrisa. Tiene sobradas razones en ambas cuestiones. Soy una persona bastante formal pero poco dada a la seriedad impostada de tipo cisterciense. Me considero un “cachondo mental” y he pasado muy buenos ratos de jolgorio sin hacer escarnio de nada ni de nadie.  En los “Tomas de Horas” el humor aparece en muy contadas ocasiones y puede que sea la época que nos ha tocado vivir la que condicione el contenido de los mismos. La risa compartida siempre es liberadora aparte de saludable. La clave está en no reírse “de” sino reírse “con”.  Sevilla siempre ha sido una ciudad tremendamente dada a la gracia natural y con personajes singulares (en cada Barrio había al menos un par de ellos) que nos darían para escribir varios libros (mi propio padre y mi padrino eran sevillanos de una gracia innata absolutamente inconmensurable).  Doy fe, en primera persona, que los “Corrales de vecinos” eran centros de la pobreza, reinos de la solidaridad y también  santuarios de la risa.  Mala cosa es que esta “plebe” nos haya quitado el sustento, el sosiego y, por extensión, la capacidad de ser felices. La gente vive inmersa en una seriedad pesarosa fruto de la incertidumbre del día a día. Es comprensible que alguien que lo esté pasando mal no tengo motivos –ni ganas- de buscar la felicidad a través del liberador mundo de la risa.  Incluso en el Séptimo Arte escasean los cómicos como los que antaño alegraron nuestros días juveniles de vino y rosas. En la actualidad la risa, en el Arte y en la vida, ni está ni se le  espera.  Somos ya una generación de ceños fruncidos y esto ha condicionado el nivel de acritud –y agresividad- que se detecta en la vida cotidiana.  En mis años infantiles se decía que una persona risueña era un síntoma inequívoco de que atesoraba el don de la bondad.  El sentido del humor ha sido secuestrado por los vampiros de la noche (y los días).  Nadie se ríe ya de buena gana y, encima, los horteras nos castigan con sus chistes que son tan malos como groseros.

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