viernes, 27 de febrero de 2015

Cristo de las Misericordias




Tú formas parte inseparable de la noche más eterna y de la eternidad de la noche de los tiempos. Tu Barrio es el Barrio de los barrios de la Ciudad.  Miras al Cielo preguntándote y preguntándonos por el motivo de todas las cosas. Abres los brazos al conjuro de las estrellas y la luna en su reflejo forma parte del universo de tu frente ensangrentada. A tus pies va postrado el dolor más latente y verdadero: el de las Madres afligidas. Avanzas a paso lento por la travesía eterna de los judíos errantes y los moriscos expulsados del paraíso.  Quien te hizo sabía lo que hacía y de paso también lo que nos hacía a nosotros. Un ascua de candela crucificada alumbrando la oscuridad de las almas atormentadas. Vienes y te vas dejándonos atados a la memoria sentimental de los días del ayer. Te vemos pasar sin más ruido que el sonido barroco de la música de capilla, el crujir de tu canastilla neogótica y dorada, el rachear de alpargatas costaleras y el tic-tac monocorde de nuestros corazones. Tu azulejo en Santa Cruz representa la Alianza entre Dios y los hombres. Tu rostro herido nos va clamando que tu mundo ya no es de este mundo. Te vas y nos dejas envueltos en la estela de tu Misericordia.  Sales y entras; entras y sales cuando la Ciudad se debate entre la esperanza y la nostalgia. Viéndote se confunde el ateo; duda el agnóstico y se reafirma el creyente. Un tratado exponencial de teología liberadora dictada por tu divina y humana presencia en el Barrio –tu Barrio- que es el Barrio de los barrios de la Ciudad.  Misericordia infinita por las callejas y plazoletas de Santa Cruz.  Eterno luto de Doña Elvira.

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