miércoles, 18 de febrero de 2015

La flor más perfumada





Como cantaba Machín, Isabel –Isabelita-, era la flor más perfumada que había sembrada en el jardín de los amores. Tenía diez años más que yo y su familia ocupaba un par de habitaciones contiguas a la mía en el Corral de las Vírgenes.  Era la menor de cinco hermanos y de una hermosura verdaderamente deslumbrante. Me profesaba un verdadero afecto y dada mi condición de eficaz  “mandaero” me utilizaba para esos menesteres. Siempre, eso si, me recompensaba en la medida de sus posibilidades (muchas sesiones de cine a las que siempre fui un gran aficionado me las pagó Isabelita). Siendo aún muy joven se hizo novia de Gumersindo (“el Gume”) una persona extraordinaria oriundo de la Puerta Osario sevillana. Bético de los más cabales que he conocido y un hombre de esos que sin necesidad de alharacas dejan a su paso por la vida engrandecido el género humano.  Por haber sido participe activo recuerdo con nitidez aquel bello romance entre Isabelita y Gumersindo. Sus padres con el beneplácito de los míos, me situaron en aquella relación sentimental de “carabina”.  A mi no me importaba en absoluto ya que los tres coincidíamos en una gran afición cinéfila y me llevaban a ver muchas y buenas películas. Procuraba, eso si, si apreciaba algún arrechucho o beso furtivo hacerme el distraído. ¡Que tiempos aquellos!  Pasó el tiempo y Gumersindo e Isabelita decidieron casarse. Tuvieron tres hijas y de la segunda fuimos padrinos mi hermana y yo.  Precisamente las andanzas y las malas compañías llevaron a mi ahijada al infierno de las drogas y a Gumersindo, su padre, a una muerte prematura como consecuencia de la pena amarga. Su madre, Isabelita, desde entonces ya nunca fue la misma. Nunca tendré claro si en aquella circunstancias pude hacer más de lo que hice. A Isabelita la seguía viendo tan solo la tarde del Martes Santo cuando ella veía pasar la Candelaria en la calle Muñoz y Pabón esquina con Cabeza del Rey Don Pedro.  Ya no lo veré nunca más.  Hace un par de días me llamó la mayor de sus hijas para decirme que, definitivamente, ya estaba con su querido y añorado Gumersindo. Ayer asistí a su entierro y noté apesadumbrado que con ella se iba una parte importante de mi niñez.  Isabel –Isabelita- era la flor más perfumada de un jardín que con el viento otoñal cada día encuentro más mustio y despoblado. La vida marcando el tiempo de los tiempos.

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