lunes, 9 de febrero de 2015

Plaza de la Alfalfa






A Fali Fernández desde los espacios y afectos compartidos.

A la sevillana Plaza de la Alfalfa no se llega sino que se desemboca.  Desde la Puerta Carmona a través de la calle Águilas y desde la Judería por la de Candilejo.  Cuando la cruzas terminas irremediablemente cayendo en los brazos de la Alcaicería de la Loza.  Esta Plaza tan fuerte y sentimentalmente unida a mi ayer, al hoy y espero que al mañana es un sitio de paso de gente errante y presurosa.  Buscan a golpe de pequeños y tradicionales comercios la anchura de la Plaza del Salvador. En la Alfalfa de mi infancia siempre tendrá un lugar preferente el Mercadillo dominguero de pájaros y sus correspondientes y curiosos accesorios (en su última etapa se vendían toda clase de animales. Por ahí se empezó a cimentar su triste final).  Un mundo pajarero perdido, como tantas tradiciones sevillanas, que solía visitar cada domingo acompañado de mi padre y mi tío Antonio. La Espartería cuyo dueño era el padre del torero Manuel García Cuesta “El Espartero” (uno de los toreros más valientes de toda la Historia de la Tauromaquia. Cuando tenía tan solo veintinueve años de edad lo mató un toro en Madrid) y la Droguería, de olores a alcanfor, eran sitios frecuentados en mi noble condición de eficaz mandaero. Interesantísima resulta la Historia de la Alfalfa como para pretender abarcarla en estas breves líneas. A través de Internet se puede conseguir una valiosa y veraz información. Me interesa fundamentalmente la parte sentimental que para mí tiene este mágico entorno. La Plaza de la Alfalfa se viste de gala y disfruta de su día grande cuando pasa La Candelaria.  Cada Martes Santo, si es  que el tiempo lo permite, la veo pasar desde allí y me doy cuenta que a la par que yo cumplo años Ella los descumple. Llega y se aleja deslumbrante y llenando de sentimientos compartidos el aire de la tarde. Allí se nos fue un costalero del Cristo de la Salud de San Bernardo llamado José Portal Navarro. Portaba al Hijo de Dios sobre sus hombros y la Plaza de la Alfalfa lo hizo ya su eterno vecino.  Confiando en mi –mala- memoria creo recordar que en la actualidad hay en la Alfalfa un Horno (el de San Buenaventura que se configura como el obrador más antiguo de Europa), cuatro bares, una carnicería, una antigua espartería (hoy Persianas Alfalfa), una farmacia, una óptica, una zapatería, un kiosco de prensa, una floristería y un estanco. Un azulejo recuerda al eterno costalero José Portal Navarro y otro a Roció Vega Farfán “La Niña de la Alfalfa”. Noble sudor de costal, cante hecho oración y lágrimas vertidas por los caídos en la batalla. Todo, absolutamente todo, al sevillano modo. Actualmente de nuevo la Alfalfa tiene vida, mucha vida.  Las tardes de primavera se llenan de niños jugando y de jóvenes madres charlando de lo divino y lo humano. Los veladores de los bares y la dedicación que ponen sus dueños en la limpieza  le dan a la Plaza un cierto aire de libertades compartidas (cosa bien distinta es la “Movida” nocturna” donde dejan las calles convertidas en estercoles y les hurtan a sus vecinos su derecho al descanso y al sosiego).  Pronto empezarán los días su recuento en el calendario sentimental de la Ciudad.  Llegará otro Martes Santo y Ella pasará de nuevo por la Plaza de la Alfalfa esplendorosamente revestida de azul y plata.  “Pasa la vida igual que pasa la corriente….”   Espero seguir cruzando esta Plaza durante algunos años más.  La Plaza, mi Plaza de la Alfalfa.

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