Sinceramente creo que la fama es una compañera de viaje unas veces
deseada y buscada y otra como consecuencia del devenir de las cosas. En
cualquier actividad ser famoso no siempre lleva implícito un halo de bondad y
talento productivo. Artística, cultural
o políticamente pasar del anonimato a la fama debe ser algo turbador pero, dada
la incuestionable vanidad de los humanos, también bastante placentero. Más
difícil de digerir será para alguien que llevando tiempo subido al carro de la
fama lo apeen para devolverlo al anonimato del cual procedía. Que un escritor
sea famoso por la venta de sus libros; un actor por el éxito de sus películas;
un cantante por sus canciones o un político por su arraigo popular entre la
gente no deja de ser algo digno de encomio. Distinta cuestión resulta cuando
cada uno en su actividad cree que la fidelidad de los lectores, espectadores o
votantes será eterna. Nada es para siempre incluyendo a la propia existencia
humana. Los sentimientos y comportamientos de las personas son cambiantes como
los días del calendario. Pensar que se puede establecer una relación con las
mismas sin que el paso del tiempo provoque una cierta sensación de deterioro es
ilusorio. La fama cuando es positiva acarrea dinero y honores y cuando es
negativa termina con algunos famosos entre rejas. Siempre, eso si, pagan un
alto precio por su fama: el deterioro y sustracción de sus vidas privadas.
Todos tenemos un cierto morbo por desentrañar como será realmente en la
intimidad la vida de tal o cual personaje. Unas veces sacarán a la luz sus
miserias humanas y otras simplemente se las inventarán. Biografías autorizadas
(es decir hagiografías) o aquellas que no lo son tanto y que, en no pocas
ocasiones, acaban con el mito y recuperan al hombre o la mujer con sus
grandezas y flaquezas. Por mi peculiar forma de entender la vida desde la
placidez del anonimato mal hubiera digerido en mi caso eso que se llama la
fama. Recuerdo hace unos años un
programa de la televisión local con el que colaboré junto a José Manuel Holgado
Brenes. Estaba magníficamente dirigido, producido y presentado por Ángel Vela
(se llamaba “De Calle” y creo firmemente que es de lo mejorcito que se ha
realizado en una televisión local).
Estaba convencido de que aquello no lo verían más que un grupo de
familiares y amigos. Craso error. Entrabas en un bar o en cualquier otro establecimiento
y siempre te decía alguien…”Ayer lo vi a usted en la tele”. Después te decían, cosa digna de agradecer,
que el citado programa era muy interesante y que lo hacíamos bastante bien.
Aquello te producía (al menos a mí) una doble sensación: la vanidad de ser
reconocido y la jodienda de tener que compartir con gente desconocida un rato
de charla y café. Aquello me daba que pensar como sería la vida cotidiana de la
gente famosa de verdad. No poder asistir tranquilamente a una función de cine o
ir al teatro; tomarse un café o una cerveza sin tener que firmar autógrafos o
simplemente pasear por la calle sin ser reconocido y molestado. Posiblemente
todo consista en asumir a través del conocimiento humano que al final las cosas
siempre resultarán efímeras. Gestionar en positivo la fama sin llegar a considerarse el “Rey del Universo”. Todo en
la vida tiene un precio y la fama no podía ser una excepción.
miércoles, 25 de febrero de 2015
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