martes, 19 de abril de 2022

Calle San Gregorio



No será un servidor de ustedes quién se meta en berenjenales cofradieros. Doctores tiene la Iglesia de la calle San Gregorio como para que un neófito en estas materias intenté darle lecciones a nadie. Este año por diversos motivos (el cansancio mental uno de ellos) he salido lo imprescindible en Semana Santa y he utilizado la televisión para saciar mis ansias de cofradías en la calle. Lo primero que llamó mi atención el Domingo de Ramos fue, a pesar de las grandes aglomeraciones, el escaso número de personas que utilizaban las mascarillas. Entiendo que cuando vas a ver y, sobre todo, a que te vean no procede ningún tipo de camuflaje. Son más que lógicas las  ganas de cofradías y compartir un ambiente donde prevalezca la alegría y las ganas de recuperar momentos y sensaciones perdidas. Estos dos últimos años los  podemos encuadrar entre los peores de la Historia de la Ciudad. De todas formas mal haremos si olvidamos de un plumazo los duros momentos vividos y la imprescindible necesidad de no guardar el sentido de la responsabilidad en el baúl de los recuerdos. Quiero detenerme fundamentalmente en lo ocurrido el Lunes Santo donde la irresponsabilidad alcanzó cotas muy preocupantes. A pesar de que las previsiones, todas las previsiones meteorológicas, daban una seguridad total de un alto porcentaje de lluvia (entre las 18 y las 22 horas) pocos fueron los  que no dudaron en sacar los pasos a la calle. Recuerdo, antes de la salida de la Hermandad del Polígono de San Pablo, unas declaraciones de su Hermano Mayor que pasará a la historia de los disparates cofradieros. Dijo más o menos: “Se que me van a tachar de irresponsable pero, asumiendo que puede llover, quién le dice a estas criaturas que después de dos años sin salir este año tampoco puedan hacerlo. Además, que se sepa, lo que llueve es agua y no ácido”. Sobran los comentarios y falta una gran dosis de sentido común. Nada nuevo bajo el sol de una Ciudad que se retroalimenta de sus contradicciones. Aquí, lo profundo y lo superficial siempre caminaron cogidos de la mano. Nada como nuestra Semana Santa refleja con mayor exactitud nuestras virtudes y defectos. Conozco agnósticos que enriquecen nuestra Semana Mayor desde el respeto y el conocimiento y “cofrades” cuyos comportamientos son cualquier cosa menos ejemplares. De todo hay en la Viña del Señor de San Lorenzo. Dejando meridianamente claro que sin cofrades no habría cofradías. En no pocas ocasiones son tratados de manera despectiva por una “intelectualidad” que desprecia lo que desconoce. Ellos y ellas se lo pierden. Ser buen sevillano/a  lleva implícito un compromiso indesmayable con una Ciudad que, salta a la vista, es única en el mundo. Con el paso de los años aprendes a interiorizar cuanto te rodea y que, en cuestiones de cofradías, es mejor que resuelvan los doctores en la materia. El Martes Santo amaneció con la lección aprendida y asumiendo que la orfandad de calle era un duro pero necesario tributo. No hubo aventuras inútiles que solo conducen al esperpento y a la irracionalidad. El resto de la semana ya fue una especie de continuación del Domingo de Ramos. Semana Santa en todo su esplendor y grandiosidad. Todo discurrió con absoluta normalidad y los análisis posteriores lo dejo en manos de los expertos. Doctores tiene la Iglesia cofrade para que el necesario equilibrio de estos mágicos días no pierda su encanto sentimental, religioso, cultural y familiar. La Semana Santa, nuestra Semana Santa, siempre ha sido un claro exponente de la época que le tocó vivir y la actual, con sus defectos y virtudes, responde a los tiempos actuales.


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