Con el imparable ascenso de Donald Trump a la Casa Blanca (que es como decir a la Sala de Máquinas del mundo) fuimos muchos los que sufrimos una gran decepción y también una enorme incertidumbre. No solo ganó las Elecciones sino que arrolló de una manera absoluta. Como siempre aguantaron el tirón los bastiones del Partido Demócrata que son los talismanes de la defensa de la Libertad y la Democracia. No consiguieron tumbar a ciudades como Chicago, Washington o Nueva York. Reconozco que cuando descubrí hace años al personaje mediático de Donald Trump no le concedí mayor importancia. Me dije: “Bueno, otro friki analfabeto y podrido de millones que piensa que su fortuna le facilitará que se le abran todas las puertas”. Con el dócil beneplácito del Partido Republicano y el apoyo de millones de votos las ha terminado tirando a patadas limpias. Ha entrado como un ciclón en el Despacho Oval represaliando a numerosas personas que, en uso de la legalidad, le persiguieron por sus variados delitos. Les abrió de par en par las puertas de la Cárcel a más de 1.500 golpistas que asaltaron por la fuerza el Capitolio. El nuevo inquilino de la Casa Blanca premia o castiga según se hayan comportado con su persona. Sus vecinos (Méjico y Canadá) han tenido que pasar por el aro de las pretensiones “trumpistas” so pena de verse perjudicados con el 25 por ciento de los famosos aranceles. En un corto espacio de tiempo son innumerables las amenazas, chantajes y presiones que Donald Trump ha ejercido sobre todos los confines de la Tierra. El Derecho Internacional queda secuestrado por leyes hechas a la imagen y semejanza de su personal interpretación de la legalidad. Tiene muy claro que la Ley es él . Todas las miradas estaban puestas en el uso que podría hacer del famoso “botón rojo” del Despacho Oval. Estábamos equivocados. El peligro no era un botón rojo sino un rotulador negro. Con el mismo que firma todas las ocurrencias que se le vienen a la cabeza o le propone su lugarteniente el multimillonario Elon Musk (que tiene el dudoso honor de estar considerado el hombre más rico del mundo). El negocio, los negocios, por encima de todo y de todos. Siempre suele firmar sus “sentencias irracionales” con este rotulador. Estas firmas las lleva a cabo acompañado de periodistas o gente afín que observan en completo silencio la liturgia de estos aldabonazos contra la igualdad y la dignidad humana. Luego con total parsimonia cierra enroscando el rotulador y le muestra lo firmado al personal asistente y a las cámaras de televisión. Es un portafolio que se abre hacia los laterales. Lo mueve lentamente hacia un lado y otro de la sala para que todos puedan verlo. Por la distancia solo se puede apreciar con nitidez la firma pertrechada con el rotulador negro. Para su inmenso ego eso es lo verdaderamente importante, la firma como símbolo de poder y supremacía. Un gesto similar al que hacían los Emperadores romanos con sus sellos imperiales. Estampaban sus sellos sobre los pergaminos y la suerte de algunos ya estaba echada. Unos a las Galeras imperiales; otro a pelear al Circo; otros a ser crucificados por los caminos y los más obedientes a un remunerado Senado. ¡Quien nos iba a decir que nuestras vidas iban a depender de un rotulador negro! Según confiesa solo duerme 4 horas al día. Es decir lo tenemos cada día 20 horas activo mirando el rotulador negro. Lo preocupante, lo verdaderamente preocupante, es que esto no ha hecho más que empezar. El dueño del rotulador es imprevisible y sus firmas siempre son demoledoras.
lunes, 17 de febrero de 2025
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