jueves, 27 de febrero de 2025

Desde Sevilla a Bruselas (o viceversa)


“Sevilla es España pero España no es Sevilla” (Silvio)

Entre políticos mediocres, mercaderes oportunistas, historiadores abanderados de grupos de turistas y plumillas fariseos con ínfulas de excelsos escritores han conseguido, poco a poco, ir desnaturalizando el ya de por si manipulado y desactivado andalucismo contemporáneo. ¿Qué nos queda de aquellas ilusiones y esperanzas compartidas en los albores de la transición democrática? ¿Dónde se guardan las miles de banderas mostradas antaño con orgullo en los balcones y ventanas de los pueblos y ciudades andaluzas? Todo se reduce, en clave seudo-política, en potenciar las formas blanca y verde en detrimento del fondo donde yacen las verdades ocultas. El Día de Andalucía se reduce a himnos, banderas, medallas y falsos discursos que no hacen más que potenciar lo efímero en detrimento de lo verdaderamente auténtico. Para los andaluces se ha convertido en un festivo más y para algunos dirigentes políticos en un ejercicio de vanidad programada. En esto que llaman las señas de identidad geográficas uno se expande o se retrotrae en función de por donde vengan los vientos de Levante. Ser sevillano o sevillana es hoy ser un miembro más de “la Aldea de Astérix en Santiponce”. Por extensión somos orgullosos andaluces. Evidentemente esto nos encuadra administrativa y sobre todo sentimentalmente como españoles. Este recorrido expansivo lo terminamos en los confines de Bruselas (corazón político y financiero de la vieja Europa). Cada cierto tiempo cuando arrecia la lluvia y nos sentimos desprotegidos nos retrotraemos y hacemos el camino de vuelta que nos devuelva a Sevilla. Allí siempre tendremos el cobijo que nos proporcionan quienes bien nos quieren y a quienes bien queremos. Las Esperanzas como pórticos majestuosos de nuestros anhelos e ilusiones. Nuestras tradiciones y nuestra forma de vivir y de ser con sus defectos y virtudes. Es el cielo protector azul-celeste que cuando lo miras sientes sobre tu piel el pellizco de los duendes sevillanos. No se trata de un ejercicio de “catetismo provinciano” es un mero ejercicio de supervivencia. Somos y seremos por encima de todo sevillanos y sevillanas siempre remando contracorriente. Ayudamos a los areneros de Triana a reforzar las cuerdas del Puente de Barcas para que la Hermandad de la O venga de visita a Sevilla. Apartamos con la punta del pie el serrín de las tabernas para encontrar en el suelo la moneda de la alegría compartida. Somos parte de un hermoso poema siempre inacabado. La Tierra prometida siempre pendiente de que los aparceros foráneos no se queden con la ganancia de nuestra cosecha. Un sitio para nacer. Un lugar para vivir. Un espacio eterno donde morir. Un cante por Soleá que nace en Triana y que se pasea por Sevilla entre palmas a compás. La vida entre el incienso de las capillas y las chispas de los sopletes de los trabajadores de la Hispano-Aviación. Una quimera de un Cristo agonizante que se resiste a dejar Triana y Sevilla. Unos ojos, que tras un Arco, lo dicen todo. Una parte sustancial de Andalucía. Un velero surcando los mares de España. Un tren llevando trabajadores andaluces sin futuro a las fértiles fábricas alemanas. ¿Andalucía? No le preguntéis a los mástiles de las banderas. Ni a los falsos fastos que siempre terminan con mesa y mantel (que luego pagamos entre todos). Ni tampoco al medalleo discrecional. Preguntadle mejor a los olivos, a las veredas de los caminos machadianos y a las olas del mar bravío. Andalucía y Sevilla. Sevilla y Andalucía.

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