“Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas
compañero del alma, tan temprano”
(Miguel Hernández)
Miguel Hernández, el Poeta del pueblo, falleció en la Prisión de Alicante cuando contaba tan solo con 31 años de edad. Su muerte se produjo a las 5:32 de la mañana de un 28 de Marzo de 1942. Sufrió en sus carnes traslados presidarios y un abandono sistemático y programado que le hicieron padecer bronquitis aguda, tifus y posteriormente una tuberculosis que lo apartaría del reino de los vivos. Desnutrición, frío en alma y cuerpo más insalubridad en grado extremo. Tres punzantes factores carcelarios y un fatal desenlace. La biografía de Miguel Hernández, a pesar de su corta existencia, es muy extensa y en la actualidad está perfectamente documentada. Es justo reconocer que en sus durísimos años en la cárcel recibió la ayuda de algunos amigos que intentaron salvar al poeta de las garras de la muerte. Miguel Hernández no solo fue el Poeta del pueblo es que él era en si mismo pueblo en el sentido más noble del termino. Su esposa, Josefina, lo visitaba en la prisión y Miguel aprovechaba para darle algunos de sus poemas. Los mismos que ella sacaba escondidos entre la ropa. Luego para que no los encontraran los solía enterrar en zonas de tierra que ella conocía. “La nana de la cebolla” enterrada en el campo como símbolo de futura fertilidad. El dolor trenzado con la esperanza. La simbiosis perfecta entre el poema y la tierra que al final nos deja surcos que nos llevan a los mares de la Libertad. Existe una hermosa anécdota contemporánea sobre Miguel Hernández que nos liberan como seres humanos de la maldad y el odio que impregnaban los tiempos grises de silencio y plomo. Joan Manuel Serrat acababa de grabar su inmenso disco sobre la obra de Miguel Hernández. Este magno trabajo supuso a la postre la definitiva y esplendorosa recuperación del Poeta de Orihuela. Recién salido el disco “del horno” y antes de que fuera comercializado Serrat quería llevarle personalmente un elepé a Josefina Manresa (la viuda del Poeta). Fue a verla con el disco bajo el brazo. Cuenta Serrat que la emoción de Josefina cuando vio el disco fue de las que difícilmente se olvidan. Le comentó que le gustaría escucharlo junto a él pero que ella carecía de tocadiscos. Serrat se fue a la calle y en la primera tienda de electrodomésticos que se encontró compró uno. Lo demás ya es historia. Un hombre, llamado Joan Manuel Serrat, que hizo de la canción Cultura con mayúscula. Una mujer, llamada Josefina Manresa, viuda del Poeta y ejemplo de la pena honda de las mujeres de la posguerra. Un tocadiscos, girando a 33 revoluciones por minuto, que se estrenaba con los eternos poemas de Miguel Hernández. Un poeta con una carga de profundidad social y humana verdaderamente memorables y que, gracias a Joan Manuel Serrat, ya formaría para siempre parte activa de la Cultura popular contemporánea. Es verdad que, a veces, Dios escribe con los renglones torcidos pero también cuida con esmero el Jardín de los Poetas.
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