jueves, 24 de septiembre de 2009

No le llames Correos, llamalé Western Union

Ya casi nada es que la era. Unas veces afortunadamente, algunas por desgracia y otras, sinceramente, habría que situarlas en la equis que destinan en las encuestas a los que N/S–N/C. Los tiempos actuales transforman las formas cotidianas a una velocidad de vértigo, llevándose no pocas veces por delante -y de manera gratuita- algunas cosas que luego notamos en falta. Hubo una vez un servicio de Correos en este santo y sufrido país nuestro que era todo un ejemplo de eficacia. Tanto es así que los sesudos alemanes nos mandaron una Comisión de expertos, para desentrañar las claves de tan eficaz gestión. Eran otros tiempos, que duda cabe, donde la correspondencia, los paquetes y los giros postales eran el triángulo donde se asentaba la médula espinal del servicio de Correos.

Los carteros formaban parte sustancial del entorno de calles y barrios. Siempre cargados con sus enormes carteras repletas de cartas y pequeños paquetes. Conocían tan bien al vecindario que si venía confundida tu dirección, ellos se encargaban de que te llegara la carta sana y salva. “El cartero siempre llama dos veces” es una novela de James M.Cain, llevada al cine en 1946 bajo la dirección de Tay Garnett y otra versión posterior de Bob Rafelson de 1981 (prefiero con diferencia la primera). Hoy el cartero ya no te llama ni dos veces ni tan sólo una. Cada tres días te deja en el buzón un simulacro de la desaparecida correspondencia. Cartas del banco, o misivas con la factura del agua, la luz o el teléfono. Publicidad por un tubo y algún aviso de certificado que termina por amargarte el día. Nunca falta la propaganda electoral cuando se acercan las elecciones. Solo sonries al abrir el buzón y encontrarte el Boletín de tu Hermandad. Sabes que el contenido del mismo no te provocará sobresaltos (al menos en teoría).

La correspondencia ha muerto; ¡ larga vida a los sms y los e-mail!. Atrás quedaron las largas e interminables cartas de los soldados a sus novias. O aquellas que desde la Emigración se escribían a madres desconsoladas y atravesadas por la flecha de la distancia, mojadas entre líneas por las lágrimas nostálgicas de quiénes las escribían. Las felicitaciones de Navidad y los telegramas que anunciaban el fallecimiento de algún pariente lejano y muchas veces olvidadado. Los paquetes de comida oliendo a chorizo de Cantimpalos y mortadela italiana enviados a hijos-soldados destinados en Ceuta, Canarias o Melilla. Giros postales que se enviaban con tanto cariño como extrema dificultad en hacer acopio del ahorro mas solidario y cariñoso.

No, ya todo eso pasó a la historia de las cosas absorbidas por el tiempo. Hoy ya todo funciona de manera bien distinta, unas veces en positivo y otras no tanto.

Acudo con frecuencia a la siempre empetada Oficina de Correos cercana a mi domicilio. Lo hago habitualmente para retirar libros que recibo de algunas editoriales. Siempre observo dos cuestiones fundamentales: la carita de la gente cuando sale despacio leyendo una notificación que les va a amargar el día y, lo difícil que resulta que sus escasos empleados te sonrian o te devuelvan simplemente el saludo. Debo reconocer que esto no es una postura atribuible solo al personal de Correos, más bien es una constante en la Sociedad que hemos fabricado para ir tirando en el día a día. Que una persona con problemas laborales (o peor: sin ellos por no tener trabajo), sentimentales, personales o de cualquier otra índole este seria o estresada es de fácil comprensión.

Pero no que lo esté alguien con un trabajo fijo, con una familia sana atendida en todas sus necesidades, y con el Equipo de sus amores en la Champions. No tiene mucha lógica, pero hoy día la alegría y el sosiego son monedas que como la peseta están en vías de ser retiradas de la circulación. ¿Qué puñetas les –nos- pasa?. Creánme que he dedicado reflexiones y charlas con amigos inteligentes sobre el tema, y al final hemos llegado a una conclusión: la gente ya no defeca como antes (hablando en plata que caga más bien poco).

Sólo de esa forma se explica el aluvión de anuncios que nos llevan a la felicidad del bien cagar (con perdón). Bífidos activos, sojas, cereales y demas componentes, que consigan llevarnos todo los días y a la misma a hora a visitar los blancos aposentos del Señor Roca (hoy presto para sacar de su Reino a un montón de trabajadores).

Yogures, galletas, zumos, aguas minerales de baja mineralización, kiwis para despedir la cena y demás elementos cagotricidas que nos ayuden a bajar la hinchazón del vientre. Todo sea en aras de la salud, la estética y ahorrarte la visita al Rápido Americano (¿existe todavía?) para que te haga un agujero más en la correa. Todos debemos tender a formar parte de los aliviados y beatíficamente descargados. Es curioso observar en los supermercados y dentro de la zona de productos lacteos, como la gente lee y relee las características de los yogures, y como una cariñosa madre le recrimina a su niña:….”Loli, ese no. Coge el de atrás que tiene bífidos activos”.

Me extraña como este estreñido asunto no ha llegado aun a debatirse en el Parlamento. Será que como allí están todo el día cag……los unos en los otros no les hará falta. Corre un rumor por Sevilla (todavía sin confirmar) que la Asociación de Belenista ha propuesto que estas navidades los belenes sustituyan al famoso “caganet” (el pastor que esta “jiñando”), por una figura en miniatura de Jose Coronado con un yogur en la mano derecha y una cucharilla en la izquierda.

En fin espero sepan disculparme, les empezé comentando cosas de Correos y he terminado hecho una mierda. Hay días que habría que cambiar los folios por el papel higiénico. Disculparme, termino de prisa que me ha entrado un apretón. ¡Ojú, que no llego!. Chao.

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