viernes, 11 de diciembre de 2009

El Valor de la Amistad.


Bien cierto es, que el auténtico valor de la amistad no se mide en términos cuantitativos sino cualitativos. Es decir, lo verdaderamente importante es tener pocos amigos pero de una calidad humana contrastada, antes que muchos que se relacionan con nosotros a través de la "ojana" y el camelo. Para evaluar si verdaderamente se tienen muchos o pocos amigos es necesario pasar por distintos trances (fundamentalmente negativos) que nos situará a cada uno en su justa dimensión humana y afectiva. Evidentemente en época de "vacas gordas" serán muchos los que se nos acerquen de continuo. Cuando lleguen (que siempre llegan) las "vacas flacas" solo se te acercan y se quedan -como dicen los flamencos - los cabales.

Mi abuelo Félix (Maestro de Escuela a la vieja usanza. Un día contaré su tremenda y humana historia) que era un gran filósofo y al que le debo la pasión por la lectura me decía: "nunca olvides que el verdadero amigo es aquel que te critica en tu cara y te defiende a tus espaldas". Dicho queda. Los amigos son de una importancia cápital en nuestra andadura terrenal. Son cómplices insobornables de nuestras confidencias más íntimas. Leales y afectivos. Críticos pero benevolentes con nuestras "meteduras de pata". Nos conocen mucho mejor que nuestros familiares más directos. Es rotundamente cierto lo que cantaban los Amigos de Ginés en aquella letra por sevillana que se hizo famosa en la serie de TVE "Verano Azul". La misma que decía:…"algo se muere en el alma cuando un amigo se va". Todo ser humano está formado por dos mitades. Es decir: somos la mitad de bueno de lo que dicen nuestros amigos, y la mitad de malos de lo que comentan nuestros enemigos.


Cuatro, fundamentalmente, han sido los grandes amigos que me han acompañado en mi devenir por esta Tierra de María Santísima. Curiosamente han aparecido en mi vida como en una especie de carrera de relevos. Todos, anecdóticamente, sevillistas de caché (algo verían en este bético de sentires, gozos -pocos- y sufrimientos -muchos-. Vamos digo yo). El primero (siempre el más recordado, sobre todo en días de Cuaresma y noches veraniegas salpicadas de estrellas) fue amigo inseparable de juegos infantiles. Compañero de pupitre en Colegios de Maestros severos, pero casi siempre justos y rigurosos. De inmenso frió en las clases. De muchas explicaciones en la pizarra y pocos libros de textos. Con días de rabona (novillos) para irnos al Parque de María Luisa, la Plaza de España o a los Jardines de Murillo. De los primeros amores juveniles en inolvidables tardes/noches veraniegas de "pikú". Con canciones del Dúo Dinámico, Cliff Richard, Luis Aguilé o Salvatore Adamo. Todo regado por sangrías depositadas en tinajas de barro. Noches de luna llena en cines de verano en el Prado. Y sobre todo Martes Santos con la túnica de armiño de la Candelaria enfundadas en nuestros esperanzados cuerpos de niños y adolescentes. Un día, un triste día, su familia se marchó masivamente a Cataluña buscando un futuro menos negro que aquel que la Ciudad de Sevilla les ofrecía. La distancia se cebo con nosotros dos y hoy nuestro vínculo se reduce a una felicitación navideña. Quien escribió: "dicen que la distancia es el olvido", lo clavó literalmente.

El segundo y el tercero casi coincidieron en el tiempo y el espacio. Amigos de lucha por las libertades democráticas. De lecturas, teatros, recitales y sesiones del Cine-Club Vida. Nos saciamos de vida y llegamos a la madurez llenos de experiencias y vivencias compartidas. Exprimimos el zumo de la juventud hasta hartarnos sin necesidad de caer en "malos rollos". A uno el desamor lo ha convertido en una barca a la deriva. Aparece y desaparece como el Guadiana y sus estados de ánimo varían como las estaciones del año. En su impenitente orgullo no admite ninguna clase de ayuda. Dice que es feliz a su manera y yo así lo respeto. Nunca conocí a nadie con más talento y peor suerte en la vida y el amor. El otro se lo llevó a los cielos un galopante e inmisericorde cáncer. Nos dió a todos una lección majestuosa de lo que es morir con dignidad. Nunca perdió la sonrisa y espero con toda la fuerza de mi Fe poder abrazarlo de nuevo algún día….."que tenemos que hablar de muchas cosas / compañero del alma / compañero…..".
Para este último tramo de mi existencia terrenal cuento con un amigo que en nada queda empequeñecido si los comparo con los anteriores. Reciente amistad pero tan firme como el Peñón de Gibraltar. Todos mis amigos estarán indisolublemente ligados a mi patrimonio sentimental más gratificante. Gracias a ellos mi vida ha sido más productiva y feliz. Compartimos penas y alegrías y aprendimos a navegar por los mares de la vida remando contra viento y marea.

El "Último de la Fila" tiene el nombre del Apóstol de España. Somos distintos en algunos conceptos banales pero almas gemelas en lo fundamental. Apreciamos en lo que vale la ética y la estética que nos configuran como personas. Ambos somos nazarenos de ruán (El Salvador y San Lorenzo nos aguardan cada año, y nos ven envejecer en cada Semana Santa acompañando a Pasión y al Gran Poder). Sabemos que nuestra amistad es solida como los cimientos de la Giralda. Cuidamos a Sevilla como a una hermosa y bella dama a la que rivalizamos en conquistar cada día.

Lo dicho. El valor. ¡El enorme valor de la Amistad!.

Nota: Sin duda- y bendita la hora- esta es la etapa de mi vida donde posiblemente haya obtenido la mejor cosecha de buenos y grandes amigos. Nuestro sentido de la ética y la estética es asumido por todos en el sentido más nobles de ambos conceptos. Discrepamos sanamente sobre la divino y lo humano sin necesidad de enzarzarnos en banales discusiones "telecinquineras". Disfrutamos por sentirnos vivos y participes de un proyecto colectivo: aquel que tiene como meta la conquista de la felicidad bebiéndonos a diario -no solo en Navidades- el dulce néctar de la amistad. Tienen nombres y todos tienen un denominador común: son gente cabal e impregnadas de sevillanía hasta el tuétano de sus huesos. Se volverán por la calle si les decimos: Salva Gavira, Pepe Fernández, Manolo Henares, Eduardo Pérez, Miguel Ángel Fernández, Santi Pardo, José Antonio Zamora o Antonio Carrillo. Los legionarios tienen -o tenían- un SOS ante las dificultades extremas que era: ¡A mí la Legión!. Yo lo tengo más fácil y solo tengo que decir: !A mí mis amigos!.

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