viernes, 18 de marzo de 2011

José María Izquierdo o la triste soledad del sevillano ilustrado

“Seguirá viviendo con nosotros y, desde el silencio del sueño sin ensueños, alentará como antes nuestra fe, corregirá nuestros errores e iluminará nuestra ruta”
- Miguel Romero Martínez -

José María Izquierdo y Martínez falleció en Sevilla, ciudad de sus amores y desvelos, en 1922. Contaba tan solo con 35 años de edad. Había nacido en 1886 en el seno de una familia de clase media sevillana. Nació y pasó sus primeros años en una casa de la calle Castellar, para posteriormente anclarse en el corazón de la Puerta de la Carne. Primero en plena calle San José y, posterior y definitivamente, en Santa María la Blanca. Allí fue donde le sobrevino su prematura y lamentada muerte. Su periplo estudiantil, cuajado de brillantes notas, culmina con su doctorado en Derecho. Fue un gran ateneísta (a él se debe el nacimiento de la Cabalgata de Reyes Magos sevillana, cuya primera salida se efectuó en Enero de 1918). José María Izquierdo en su corta existencia terrenal tuvo tiempo de desarrollar una ingente labor periodística y una más que excelente docencia universitaria. Recibió en vida grandes elogios de poetas de la talla de Juan Ramón Jiménez o Luís Cernuda. Su impagable obra “Divagando por la Ciudad de la gracia”, junto al “Ocnos” de Cernuda y, “La Ciudad” de Chaves Nogales, configuran el “Triangulo de las Bermudas” de, una declaración sevillana de amor, encauzada a través de la literatura más profunda y sublime. Releo recientemente un excelente y pequeño libro sobre José María Izquierdo escrito por otro ilustre sevillano, Joaquín Romero Murube, (“José María Izquierdo y Sevilla” (1934). Reeditado por el Ayuntamiento Hispalense en el 2001) y su lectura me hace reflexionar sobre un aspecto determinante de la personalidad de José María Izquierdo: su melancólica tristeza interior. ¿Una especie de presagio de que su vida se iba a ver truncada en plena juventud? ¿Una condición que emana del espíritu oculto y a la vez latente de la Ciudad? ¿Un nuevo ejemplo de exquisito poeta perdido en la maraña de sus calles, jardines y plazoletas? Todo, absolutamente todo, inmerso en la magia que rodea una urbe donde la leyenda y la historia van cogidas de la mano. Quienes conocieron a José María Izquierdo dan fe de que era una persona vitalista en su relación con las demás y, ave solitaria herida, cuando paseaba en soledad por los vericuetos sentimentales de la Vieja Híspalis. Andaba parsimonioso por sus calles en actitud reflexiva buscando –y buscándose- respuestas que den sentido a la existencia sevillana. Esta es una tierra difícil, muy difícil, de descifrar a través de la racionalidad. No hay lugar para la filosofía donde manda majestuoso el reino de la poesía. José María Izquierdo nunca quiso abandonar –ni circunstancialmente- la ciudad que le vio nacer. Rechazó ofertas que lo hubieron encumbrado en la Literatura Española por no quedarse huérfano de la luz y el aire de su tierra. Madrid quedaba muy lejos del Puente de San Bernardo y, soñar Sevilla padeciéndola desde la distancia, se le antojaba una tarea de extrema dureza sentimental. Tan solo esporádicas temporadas veraniegas con su familia en Sanlúcar de Barrameda. Allí donde Sevilla entrega su río grande para impregnar de esencia poética los mares. ¿Cómo soñaría José María Izquierdo su Sevilla desde la Tierra de la Manzanilla? Estuvo becado por la Universidad sevillana un corto periodo por tierras italianas, dejándonos una obra extraordinaria fruto de sus vivencias por la tierra de Dante (“Divagaciones Itálicas” Edición del Ateneo de Sevilla). Misterios del alma que duermen para siempre en los recovecos de la memoria sentimental.
Posiblemente nunca logró adueñarse este ilustre vecino de la Puerta de la Carne del espíritu de la Ciudad que deambula errante por sus calles más recónditas.

Ni lo hizo él ni creo que pudo hacerlo nadie. Bécquer, Cernuda, Machado, Chaves Nogales, Laffón, Montesinos, Romero Murube, Izquierdo, Juan Sierra……., trovadores en definitiva de hermosas partituras que, solo podían tener como destino, el de una bella y radiante muchacha asomada complacida en su balcón. Pongamos que hablo de: ¡Sevilla! El cuerpo presente de tan ilustre sevillano y escritor fue cubierto con el hábito de Nuestro Padre Jesús de la Pasión y entrelazado en sus yertas manos brillaba un crucifijo. Hoy reposa – ¿donde si no?- en el Panteón de Sevillanos Ilustres. Al final todo resulta de una simpleza extraordinaria: “Quien habla solo espera hablar a Dios un día”, que dejó escrito Antonio Machado.

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