“No es cierto que el poder corrompe, sino que hay políticos que corrompen al poder”
- Bernard Shaw –
Para aquellos románticos que un día lejano nos ilusionamos con el Socialismo democrático, debemos reconocer sin reparos que nuestra ideología ha sido pasto del fuego que prenden los oportunistas, corruptos y trepadores. Considerarse socialista en la actualidad y no entrar en el terreno de la perplejidad –por lo que vemos y padecemos- se nos antoja una tarea hartamente compleja. El Socialismo español, que es el que más nos afecta, tuvo un referente histórico llamado don Julián Besteiro Fernández y, otro contemporáneo, que responde al nombre de Felipe González Márquez. Ambos representan y simbolizan cuanto de positivo tuvo para la sociedad en general y, la clase trabajadora en particular, los postulados ideológicos del Socialismo democrático español. Sobre la larga gestión gubernamental de Felipe González se argumentará que es un compendio de luces y sombras. Esto es extrapolable a cualquier dirigente de cualquier país y de cualquier época. Fueron doce años dirigiendo la hoja de ruta social y política de los españoles y, ya de manera unánime, los analistas rigurosos y objetivos coinciden en que lo positivo primó abrumadoramente sobre lo negativo. Esto es así y no reconocerlo es cegarse con los flashes del sectarismo. ¿Qué ocurrieron acontecimientos puntuales nada ejemplarizantes? Cierto. Negar lo evidente es cerrarle el paso a la verdad.
Pero quien quiera que haga la “prueba del algodón” y compare a Felipe González con Rodríguez Zapatero. No hay color, ¿no es verdad? Crea sonrojo incluso la remota posibilidad de compararlos. Nuestro actual Presidente representa y simboliza cuanto la política con mayúscula tiene de negativo.
El Socialismo democrático (el otro que se lo pregunten a los de la hoz y el martillo) tiene su basamento ideológico en algunos elementos económicos del marxismo y, una parte filosófica no desdeñable del humanismo cristiano. En la aplicación política de alguna teoría ideológica los resultados no son siempre los deseables. Las circunstancias sociales y políticas, y el manido factor humano, condicionan muchas veces una gran disfunción entre lo que se dice y lo que se hace (teoría y practica). Con la irrupción –recordada y añorada- de Willy Brandt al mundo de la política activa, ya teníamos un precedente europeo de aplicación práctica del Socialismo democrático (la Socialdemocracia). Se respeta en lo económico la libre “Economía de Mercado”, pero se posibilitan los medios para, que a través de un racional proceso productivo, los trabajadores alcancen sus mayores cotas históricas de bienestar y libertad. Los abusos y la corrupción de todo tipo son fuertemente contestados por un Estado que, desde posiciones socialdemócratas, vela para que no se produzcan tropelías y “mangoletas”. Los socialistas de aquella recordada etapa respondían -mayoritariamente- al perfil del manual del buen socialista: honrado, trabajador, austero, demócrata, buen gestor e ilustrado. Hoy, como salta a la vista, las cosas en el Socialismo democrático son bien diferentes. No digo ni por asomo que no existan dirigentes socialistas que respondan íntegramente a estos enunciados ideológicos. Cuesta trabajo encontrarlos, pero seguro que rebuscando encontraremos algunos.
Lo cierto es que somos muchos, los que sin renunciar a nuestra ideología, nos sentimos ajenos a estos “socialistas” que mandan en nuestras vidas y haciendas.
¿Nos dirán que las cosas han cambiado y adaptarse a los tiempos que corren es una necesidad vital? Puede que estén en lo cierto, aunque lo dudo por activa y por pasiva. Cuando uno peina canas y ha visto ya un largo tramo político de la Historia de España, no le duelen prendas en reconocer que estamos asistiendo a una preocupante perversión y banalización de la vida pública (políticos de derecha incluidos claro está). Con el añadido de que son capaces de aburrir a las moscas. ¿Alguien recuerda un discurso más pobre que aquel que ponen en práctica los políticos actuales?
Pues eso, a nadie debe extrañar el peligroso hartazgo de política –y sobre todo de políticos- que tienen muchos ciudadanos en la actualidad. Tragarse entero un debate parlamentario se ha convertido en una forma suprema de masoquismo. Urge, sin más demora, una regeneración democrática en España. La política está envilecida y, lamentando el constatarlo, los “socialistas” de hoy no son ajenos a este envilecimiento.
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