Conforme se acercan los periodos electorales que abarcan la vida de las ciudadanos en cualquiera de sus variantes (provincial, regional y/o nacional), las encuestan se empecinan en que el descalabro del PSOE será de los que hacen época. Lógicamente será el principal Partido de la oposición el gran beneficiario de este descrédito socialista, motivado por un cúmulo de razones y circunstancias de todos conocidos. La Crisis, la ineficacia, el clientelismo y, algunos casos que recordar no quiero, han propiciado que soplen vientos de cambios políticos. ¿Mejoraremos con los mismos? ¿Podremos levantar el vuelo con la gestión de los que llegan al Poder? Sinceramente no lo se y nunca haré juicios de valor en el resbaladizo terreno de las suposiciones. Esperaremos, comprobaremos y opinaremos en consecuencia. Asumo sin complejos, y sin sentirme orgulloso por ello, que mi valoración de la clase política española actual -en su conjunto- está bajo mínimos. Nunca creí, ni creo, en los políticos profesionales y que tienen en los Partidos su principal y única fuente de ingresos (muy jugosos por cierto). Andalucía ha estado durante más de treinta largos años sometida a lo que algunos analistas llaman un “Régimen democrático”. Un PRI mejicano a la roteña para entendernos. Este largo periodo de dominación socialista en Andalucía ha estado motivado, principalmente, por la incapacidad de la derecha andaluza en ganarles unas elecciones a los del puño y la rosa. Aquí se hace más que evidente que las próximas y, parece innegable que las más asequibles para las huestes del PP, no las ganarán los del Partido de la gaviota, sino que más bien las perderán los gobernantes socialistas. Las elecciones nunca las gana la oposición sino que las pierde quien gobierna. Los mecanismos propagandísticos de control que se ejercen desde el Poder siempre representan un plus del que carecen los opositores.
Parece ser que por fin y después de no pocos descalabros electorales don Javier Arenas será Presidente del Gobierno de Andalucía. Veremos cuantas de sus promesas electorales se llevan a feliz término. ¿Encargará una auditoria rigurosa e independiente para que los andaluces sepamos, sin tapujos, como han ido las cuentas autonómicas estos últimos años? ¿Caso de confirmarse el expolio que él tanto denuncia, se depuraran responsabilidades? ¿Se optimizarán los recursos humanos de Junta y Diputación para distinguir los funcionarios que trabajan de los “enchufados” políticos? Son muchas las preguntas que flotan por los enrarecidos y viciados aires de la política andaluza, y que exigen respuestas inmediatas y contundentes. Si la alternancia nos trae cambios profundos en el fondo y en la forma bienvenida sea. Sinceramente mi duda sobre el particular no es metafísica sino terrenal y, envuelta en el gris envoltorio del grupo, cada vez más numeroso, de los escépticos. Hace ahora un mes “celebramos” por estas tierras de mares, cal y olivos nuestro “Día de Andalucía”. Tristísimo recuento de banderas blanca y verde en ventanas y balcones. Corazones desangelados por un camelo de pompa y boato. Medallas para disimular como le han hurtado a la gente las ilusiones y el futuro de sus hijos. Para los mortales andaluces significó un puente para escapar tres días del yugo del trabajo (quien todavía lo tenga) y, para “ellos”, un homenaje de himno y banderita para auto-convencerse –y tratar inútilmente de convencernos- de que todo esto tiene sentido.
Andalucía ayer, hoy y ¿mañana?, atrapada en las enredaderas del desosiego y llorando la marcha de sus mejores hijos. Tierra donde siempre encontraron acople y acomodo los mediocres y oportunistas de todo signo y condición. Sombras y luces caminando siempre cogidas de la mano. Andalucía en definitiva siempre dócil y, siempre fiel a su incierto y triste destino.
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