Por Dios no le llames Lola
llámala mejor Dolores;
que se ha quedao pa ella sola
la pena del mal de amores.
Lo dejó escrito el Poeta del Puerto en un poema memorable: “Se equivocó la paloma, se equivocaba. Por ir al norte fue al sur, creyó que el trigo era el agua, se equivocaba……”. Lola, se dio cuenta de su error, cuando camuflada en los últimos bancos de la Iglesia de la Misericordia asistía a la misa de difuntos de quien, durante muchos años, fue su amante. Estaba segura de haberlo querido más que nadie, y ahora era una viuda cincuentona virtual sin paga material ni pago sentimental. Durante la larga y cruel enfermedad de quien había compartido con ella sus más íntimos secretos de alcoba, ni siquiera pudo ir a verlo. Los convencionalismos sociales no se lo podían permitir. Era simple y llanamente la “quería” de aquel torero de pureza extrema y de exquisito porte aristocrático. Nadie sufría como ella cuando lo veía hacer el paseíllo pisando el albero de la Maestranza. En cada lance exhalaba un suspiro entrecortado cerrando los ojos ante el omnipresente riesgo mortal del Toreo. Fueron años de amores clandestinos robados a los “Libros de Familia” que todo lo plasman en estados civiles con nombres y fechas. Se molestaba sobremanera cuando él ponía precio a su amor en forma de esplendidos regalos. Siempre le fue fiel y lo esperaba como el azahar espera la calida luz de la primavera sevillana. Era un bellezón de mujer siempre deseada por los hombres y siempre denostada por la Sociedad. El jugoso fruto de lo prohibido:
Tú eres la otra, la otra,
que a nada tienes derecho;
por no llevar un anillo
con una fecha por dentro.
Ahora, a la postre, era una solitaria mujer madura a la que había cogido implacable el toro de la vida. “Lola espejo oscuro” mirándose de refilón en los cristales de los escaparates de las tiendas de lujo. Alondra herida de amor sin posibilidad de levantar el vuelo. Media verónica de pena al vuelo de los amores prohibidos. Triste epilogo de una historia sentimental que moriría con ella. Sabanas de Holanda dobladas amorosamente oliendo para siempre a rosa y jazmín de ajuar. Ahora estaba allí –sin estar- participando en una ceremonia religiosa de despedida. En el primer banco se encontraba el compungido Libro de Familia al completo, complementado con los allegados más íntimos. Aquellos a los que citan las esquelas mortuorias como: “los que no te olvidan”. Ella era una especie de fantasma flotando junto a la pila de agua bendita de la puerta. Por eso cuando el sacerdote oficiante dijo aquello de: “Podéis ir en paz”, no pudo disimular una amarga sonrisa. ¿En paz? ¿Quién puede irse en paz cuando ni tan siquiera han notado tu presencia? Enfiló la calle enfundada en su traje de chaqueta gris marengo. En la puerta de la Iglesia una rumana –de las 10.000 que pedían por la Ciudad- le extendió la mano solicitándole una limosna. Sacó de su bolso y le depositó en la mano un billete de 20 euros. Se alejó sin volverse a ver la cara de perplejidad de la rumana. Sus tacones resonaban firmes y acompasados mientras se perdía por el fondo la calle. “La Lola se va a los puertos dejando la Isla sola……”.
Los gorriones se disputaban encima de las mesas de los veladores los trozos de migajas de pan. La tarde se moría lentamente en los brazos del Aljarafe. La paloma se volvió a equivocar: “Ni tu falda era tu blusa, ni tu corazón mi casa. Se equivocó la paloma, se equivocaba……”
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