viernes, 27 de abril de 2012

No la llames Dolores, llámala Lola


El próximo –y cada vez más cercano- mes de junio con permiso de la autoridad celestial y si el tiempo –de embarazo- lo permite, seré abuelo por segunda vez. Por una feliz iniciativa de mi yerno se llamará Lola. Será inscrita en el Registro Civil de la Ciudad de Sevilla como Dolores Muñoz Franco, pero a nosotros –la gente que vamos a quererla y cuidarla con esmero- nos bastará decir Lola para que su nombre nos devuelva el eco del cariño verdadero. No Loly que tiene nombre de barquito. Ni tampoco Lolichi que tiene resonancias pijas de chiguagua. Tampoco Lolita con claras connotaciones literarias rusas en clave de Vladimir Nabokov. Simple y llanamente Lola. Por razones obvias dejemos solamente para los documentos oficiales lo de Dolores (Caracol canta por Siguiriyas aquello de: “Por los siete dolores que pasó mi Dios”). Las Sagradas Escrituras le marcaron la ruta a todas las Lolas a través de Eva: “Polvo eres y al polvo volverás” (Génesis 3:19), y pasó lo inevitable: “Parirás a tus hijos con dolor” (Génesis 3:16). Todo incardinado por la sabiduría divina: Polvo (en fin…); Dolor (parto) y Dolores (resultado y consecuencia). Lola, espejo diáfano, claro y reluciente. Como la Lola de los Hermanos Machado que se va a los Puertos dejando a la Isla sola. Tan artista y andaluza como aquella que formó una inmortal pareja con Manolo Caracol. No como la Carmen de Prosper Mérimée, cigarrera de armas tomar y con faca reluciente en el liguero. Dejar a los “franchutes” que nos reinventen y nos busquen por los senderos del costumbrismo (cuando nos visitaron fue para reinventarnos o expoliar nuestro Patrimonio). Mi niña se llamará Lola con ecos de antigua judería envuelta en los flecos del mantón de Manila de Lola Montes. Alejada de la pena flamenca que dice: ¡Por Dios no le llames Lola / llámala mejor Dolores / que se ha quedao pa ella sola / la pena del mal de amores! Esto de ser abuelo y por partida doble resulta algo inenarrable. Son sensaciones difícilmente extrapolables. La vida –o mejor el ejercicio de vivir- consiste, simple y llanamente, en ir creando y rellenando nuevos espacios sentimentales. Pasamos por las distintas etapas existenciales siempre programando la siguiente, obviando lo único que de verdad poseemos: el momento presente. Vamos como decía Miguel Hernández…”de mi corazón a mis asuntos”. Besar la cabecita de tu nieto con aromas infantiles a Nenuco, o que te deslumbre con la inocencia de su sonrisa, es fundamental para entender el sentido de la vida. Pronto, Dios así lo quiera, Lola, mi Lola, será una nueva inquilina nacida y residente en la Ciudad del Paro. Un día se despertará siendo ya una mujer y a mí me despertarán, y me ayudarán a levantarme, para recordarme que ya soy un viejo. La vida no tiene misterios: tiene momentos envueltos en gozos y penas. Lo misterioso es lo que nos aguarde cuando alguien en un tanatorio encienda, con nuestro nombre, el ordenador de “El Ocaso”. La fe, siempre la fe, como el último asidero para que todo esto -la vida- tenga un cierto sentido postrero. Mientras, démosle su sitio a la Soleá: “Al que está en San Nicolás / se lo pedí esta mañana / que cuando nazca mi Lola / toque a Gloria sus campanas”.

2 comentarios:

José Luis dijo...

Para entender el sentido de todo. Un abrazo.

Alicia Franco Serrato dijo...

Papa; tengo una buena noticia, decidimos ponerle Lola porque ya no es necesario inscribir como Dolores en el Registro Civil. Nuestra niña será Lola en todos los documentos oficiales. Un beso.