“Poesía para el
pobre, poesía necesaria
como el pan de cada
día, como el aire
que exigimos trece
veces por minuto”
- Gabriel Celaya -
Desde la antigua Roma
y, posiblemente, desde etapas anteriores la poesía es lo único que consigue
perdurar y vencer a los avatares del tiempo. Permanece inalterable para dar
testimonio -con sus grandezas y miserias- del paso por la tierra de los seres
humanos. En los epílogos existenciales siempre queda la poesía y quedan los
grandes poetas que le dieron forma y contenido. La poesía siempre ha tenido “mala prensa” y siempre se ha
considerado a los poetas como gente rara que se dedican a cantarle a la luna y
a soñar amores imposibles. Es único y
memorable el “plantel” de grandes
poetas que ha dado esta España nuestra
de camisa blanca e ideas negras (en Andalucía
y Sevilla ni les cuento). La vida sin la poesía siempre será menos
vida. La poesía está en la buena música; en las buenas películas; en las buenas
obras de teatro; en la pintura y, como es natural, en la rima de los
poetas. La naturaleza nos muestra su
divina paleta de colores a través del mundo de la poesía. El amor, los amores, empiezan casi siempre de
manera poética y, no pocos, terminan como terminan. Si asumimos que corren malos
tiempos para la lírica en lo que a poesía se refiere es una época de absoluta
marginación. Tenemos a grandes poetas contemporáneos que son obviados
culturalmente entre la desidia y la falta de lectores. Si una etapa tan convulsa como la actual no
tiene poetas que den testimonio de la misma pasaremos del vacío a la nada.
Vivimos en el alambre sin la protectora y necesaria red sentimental de la poesía. El alimento del alma duerme su
ostracismo entre códigos de barras y claves. Números, números y más números. Un día la
noche se hará eterna y cuando convoquemos a los poetas ya será demasiado tarde. Nuestro ostracismo los habrán enterrados en
vida.
Juan Luis Franco – Miércoles Día 7 de Junio del 2017
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