Cada cierto tiempo necesito un proceso curativo de
introspección. Durante tres o cuatro
días solo salgo por la mañana para dar largos paseos y así poder coger “la cueva”
con ganas y con un cierto frenesí interior. No me relaciono con nadie y me
dedico preferentemente a leer, escuchar a Bach
y a emborronar cuantas páginas en blanco me ofrece la pantalla del ordenador.
Me suelo olvidar completamente del reloj y me alimento cuando me lo pide el
cuerpo. La televisión y la radio las tengo esos días dentro del ostracismo más
absoluto. Resulta ciertamente frustrante
como te acuestas cada día con el saco lleno de sandeces escuchadas y pocas, muy
pocas, cosas inteligentes. Vivimos un mundo de muchos “maestros” y muy pocos alumnos. Tengo una cierta sensación de que,
a ciertas edades, el tiempo no es un valor añadido sino estrictamente
necesario. Durante esos días vivo una especie de retiro espiritual procurando
que nada ni nadie lo interrumpa. Más que
un ejercicio de misticismo me resulta un encuentro cara a cara con el hombre
que habita en mis adentros. Para algunos
esto no dejaría de ser un ejercicio de mera cursilería pero mala cosa es
responder a los demás sin responderse uno previamente. Existen cosas que me
hubiera gustado hacer y que ya se me antojan imposibles. Ver un partido de
fútbol en “Old Trafford”. Visitar en Liverpool “La Caverna ”
(“The Cavern Club”) donde empezaron “The
Beatles”. Asistir al “Concierto de
Año Nuevo” en Viena.
Llevarme una semana en Florencia y
pasear por sus calles en sus luminosos atardeceres. Ir a Praga
tras los pasos de Franz Kafka. En fin
“cosillas” que cuando pude llevarlas
a cabo me dio pereza y ahora manda en mi generación el implacable 0,25 del “aumento” de las pensiones. Divagar y soñar todavía resulta gratis. No descartemos
que un día alguien saque un nuevo impuesto por soñar.
Juan Luis Franco – Lunes Día 12 de Junio del 2017
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