Sevilla es suficientemente compleja
para que quepan muchas verdades.
- José Ramón Sierra –
Virginia Cowley, Directora del Instituto Británico, en una más que excelente entrevista que le hace Juan Miguel Vega en el Diario “El Mundo”, no relata una interesante anécdota de la Reina de Inglaterra. Era el año de 1986 y la Reina Isabel II se encontraba en Sevilla. Pernoctó –sabia elección- en los Reales Alcázares. Cuenta la señora Cowley que cuando la comitiva británica se dirigía a la Catedral y justo al pasar por la Plaza del Triunfo escuchó comentar a la monarca inglesa: “This must be the most beautiful square in the worl” (Esta tiene que ser la plaza más hermosa del mundo). Lo dijo impresionada por lo que se abría a sus ojos y en un íntimo ejercicio de absoluta sinceridad. No intentaba agradar a nadie, solamente reflexionó en voz alta sobre tan mágico escenario y, lógicamente, la exclamación le brotó de manera espontánea. Por desgracia, cuantos sevillanos pasan –pasamos- por estos inigualables escenarios, y vamos más pendientes de ver las llamadas perdidas del móvil que de lo que la Ciudad nos ofrece. Solemos mirar, pero en realidad, ¿vemos lo que miramos? Un amigo me dice sobre el particular, que a muchos sevillanos con Sevilla le pasa como el que tiene una mujer guapísima, que los demás valoran su belleza más que él mismo. ¡La tiene tan cerca que ni se molesta en mirarla! A estas alturas de la película de mi vida no tengo nada claro en que consiste ser un buen sevillano. ¿En ser un buen cofrade¿ ¿En asistir regularmente al Corpus y a la procesión de la Virgen de los Reyes? ¿Sentir con pasión los colores del Betis o del Sevilla? ¿Compartir teoría con aquellos a los que siempre les parece que la Feria es corta? ¿Hacer el camino del Rocío? ¿Emocionarse una tarde de Toros en la Maestranza? ¿En la suma equilibrada de todos esos factores? Sinceramente no lo se. Porque, ¿quien expide los carnés de “buen sevillano”? Muchas veces, posiblemente demasiadas, el tópico y lo típico caminan de la mano, y se sueltan o se vuelven a coger según épocas, modismos o poses para la galería. Conozco a sevillanos muy profundos que se sienten incómodos dentro del bullicio de nuestras Fiestas Mayores, pero que sin embargo, sacan con frecuencia a pasear su alma por las arterias de la Ciudad. Hacen verdad aquello que decía Machado: “Sevilla, sin sevillanos”. Yo esta afirmación machadiana no la comparto (aunque pertinazmente la hacemos verdad) y, solo entiendo la Ciudad, repleta de sevillanos que llenen de vida sus calles y plazuelas.
Por tanto los tres conceptos que dan titulo a este Toma de Horas, “el sevillano, lo sevillano y los sevillanos”, son en muchos casos divergentes y en otros convergen solo en ocasiones puntuales. “Lo sevillano” hay que encuadrarlo inevitablemente dentro de lo andaluz y la quintaesencia del tópico de lo secularmente español. En lo negativo –y falso entre comillas- se dirá que “lo sevillano” es una forma de ser indolente, oficialmente graciosa, fullera, jaranera y con un sentido de la religión que definía el Juan de Mairena machadiano como: “una mezcla de fanatismo y superstición milagrera”. En definitiva: buena gente para “pasar un buen rato”, pero nunca para relacionarse con ellos en el campo de la formalidad.
Cuanto de “verdad” pueda haber en estas sesgadas interpretaciones de “lo sevillano” es responsabilidad nuestra, por no haber sido capaces de defender nuestras reales señas de identidad. Sevilla es romana hasta las trancas y así, un día celebramos jubilosos la llegada de un Julio Cesar que viene de conquistar las Galias y, al poco tiempo, pedimos su cese por no haber colocado a nuestro cuñado de portero en el Senado de Roma.
Encuadrar a “los sevillanos” es tan complejo como difícil. Creo que somos irredentos individualistas camuflados tras el ropaje del corporativismo. Pasamos de la tesis a la antitesis sin entrar casi nunca en el racional terreno de la síntesis. Nos crecemos más con los errores del “contrario” que con los aciertos propios. El alma de esta Ciudad solo se encuentra paseándola en soledad sin más compañía que nuestros recuerdos. O bien en las excelsas escrituras de Luís Cernuda, José María Izquierdo, Joaquín Romero Murube, Juan Sierra, Manuel Chaves Nogales o Rafael Montesinos. Asumo lo que alguien dejó dicho: “Sevilla es una ciudad que se disfruta en los sueños y se padece en las realidades”. Curiosamente, los sevillanos que mejor han sabido desentrañar los vericuetos sentimentales de la Ciudad son foráneos. Pero, a esos, ¿verdad Peter?, les tengo endeudado un Toma de Horas especifico. Pronto te –os- pagaré esa hermosa deuda.
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