“El mundo caminaba alegremente a su ruina, como un barco minado por la rémora de la prodigalidad que llevase a bordo una muchedumbre ebria”
- Rafael Cansinos-Assens -
Configuraban un matrimonio sevillano inmerso en esa edad donde lo pasado empieza a ganarle la partida a lo que está por llegar. Gozaban de una cómoda posición económica conseguida a base de no pocos sacrificios. Eran personas solidarias, nobles, decentes y trabajadoras. Lo que en versión machadiana se conoce como: “en el buen sentido de la palabra bueno/s”. Solo tenían una espina clavada en el epicentro de su fructífera existencia: a pesar de numerosos intentos, y de numerosas formulas, no habían podido tener hijos. Un día, un hermoso e imborrable día, y cuando ya ella había guardado su deseada maternidad en el baúl de los sueños imposibles, Dios le donó el don de la fertilidad a su amoroso vientre. Tuvieron un varón cuando ambos ya peinaban canas y su vida de pareja desde entonces alcanzó la felicidad más absoluta. Lo criaron con un mimo exquisito e impregnándolo de una serie de valores de los que hoy la sociedad anda realmente escasos. Era un muchacho responsable, deportista, cariñoso, solidario y brillante –muy brillante- en sus estudios. Sus padres estaban sumamente orgullosos de él y este a su vez lo estaba de sus progenitores. Terminó en su día la selectividad con la segunda mejor nota de su promoción, y ante él se abría un más que esperanzador futuro. Pero un día, un negro y tenebroso día, la tragedia llamó a las puertas de esta familia. Sus amigos lo convencieron para que los acompañara a una botellona que iban a celebrar en los Jardines de Murillo. Dudó un instante pues él no bebía ni fumaba y se encontraba ciertamente incomodo en aquellos ambientes juveniles. Al final lo convencieron, y acudió una trágica noche a ese mágico lugar donde la Candelaria reina las noches de cada Martes Santo. Estaba con un pequeño grupo de amigos charlando distendidamente mientras en su mano derecha sostenía un refresco de naranja. Vieron acercarse a un grupo de “pro-canis” con sus gruesas cadenas doradas al cuello, cabezas rapadas (más por dentro que por fuera) y sus andares chulescos y provocativos. Se dirigieron a él y le pidieron un cigarro. Este educadamente les contestó que lo sentía pero que no fumaba. Cambiaron el tercio provocador y le instaron a que los dejara beber de su vaso. Contestó también de manera educada que no le parecía correcto dejarle su vaso a nadie. Ya tenían la excusa perfecta que andaban buscando. Un “pijo” que ni fuma ni bebe ni comparte nada con ellos. Sin mediar palabras uno de ellos sacó una navaja y le propinó un certero tajo en el pecho. Solo tuvo tiempo, antes de caer al suelo y expirar, de poder contemplar por última vez el estrellado cielo sevillano. Veinticuatro primaveras cortadas de raíz, precisamente allí donde nace cada año una nueva Primavera sevillana.
Con su asesinato sus padres también quedaron ya muertos de por vida. En un ejercicio de suprema bondad solo pedían –cuando los entrevistaban- que el asesino de su hijo les pidiera perdón. Que si lo hacía estaban dispuestos –dada sus creencias cristianas- a perdonarlo. Para nada. Cuando el presunto asesino salía de declarar de los juzgados sevillanos, mostraba una actitud chulesca hacia todo bicho viviente. Cuando era recriminado por la gente les hacía continuos cortes de mangas.
Nunca se arrepintió de su “hazaña”, más bien todo lo contrario: había conseguido una nueva muesca en sus ensangrentadas pistolas. Algo de lo que presumir ante los “colegas” y que engrosaría su currículo de violento descerebrado. Dentro de poco tiempo ya estaría de nuevo en la calle.
Esto es lo que hay, y en lo que ha desembocado una sociedad donde sus “gestores” andan más preocupados en repartirse el botín, que en dotar a la vida cotidiana –las nuestras- de herramientas educativas, solidarias y jurídicas. ¿Cómo va a repartir trigo quien solo vive preocupado de llevárselo a saco para su hacienda?
Esta historia, esta triste historia sevillana, ocurrió hace ya algún tiempo. Me conmovió y siempre la tengo presente. Me ha parecido oportuno recordarla cuando mi nieto ya ha cumplido seis meses de edad y veo que el tiempo pasa de manera vertiginosa.
Sueño, con que el que habita y recibe en la Colegial del Salvador con su cruz al hombro, me dé la oportuna tregua para verlo crecer y hacerse hombre. Ignoro que tipo de sociedad le espera. Ojala sea una bien distinta a la actual. Sus padres, estoy plenamente convencido, le van a inculcar unos valores con los que yo comulgo desde mis raíces. Intentaré por mi parte que aprenda a amar a esta Ciudad sabia, hermosa y milenaria.
Hoy recuerdo emocionado y solidario la ya lejana visión de aquel desconsolado matrimonio, victima de la sinrazón y la violencia asesina más gratuita, y a los que imagino conviviendo día a día con su pena. Posiblemente solo encuentren consuelo a través del antídoto de su fe y de la necesaria y noble solidaridad de las personas de bien. Vivieron –y seguro que viven- bajo la bandera de la decencia y la bondad y, a no dudarlo, eso es meritoriamente apreciable ante los ojos de Dios.
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