A la memoria de don Celestino Tejeiro, sindicalista ugetista de los pies a la cabeza.
A doña Esperanza Aguirre, Presidenta de la Comunidad de Madrid, se le podrá criticar muchas cosas, pero nunca que en el mundo de la política torea de salón sino, por el contrario, casi siempre lo hace por derecho y de frente. Algunas veces, no tiene reparos en entrar en confrontación con su propio Partido y, dando continuos albadonazos en la conciencia de nuestra maltrecha política nacional. El último ha sido preguntarse por la situación real de los liberados sindicales de su Comunidad y, dado que estamos en época de recortes por aquello de las “vacas flacas”, pregunta “ingenuamente”que posibilidades existen que algunos de estos funcionarios sindicales pasen a engrosar de nuevo la lista de trabajadores activos o en situación de desempleo. Ha pedido, y está en su legítimo derecho, transparencia a las Centrales Sindicales sobre cuantos son los liberados, cuanto cobran y de donde dimana la fuente de sus ingresos.
Como era de esperar algunos dirigentes sindicales y en un ejercicio repetitivo y escapatorio la han llamado “ultraderechista”, reaccionaria y enemiga acérrima de los trabajadores. Esto les resulta más cómodo que entrar en el meollo de la cuestión. Consideran más útil tirar balones fuera diciéndole que, lo que debe hacer, es comprobar cuantos asesores existen en la Comunidad madrileña y cuanto gana cada uno de ellos. Pero, lo que ha resultado inevitable, es que la sociedad española en general y los trabajadores en particular se hayan hecho eco del planteamiento de la señora Aguirre.
El sindicalismo se ha configurado en España a sangre y fuego. Juicios sumarisimos, destierros, palizas, cárceles y hasta la muerte fueron los tributos que una serie de trabajadores tuvieron que pagar ante la dictadura franquista. Quien esto suscribe participó activamente en la lucha sindical a través de la UGT en los epílogos del franquismo y, en la posterior consolidación sindical de los albores de la democracia en España. Eran otros tiempos, otras actitudes, otros comportamientos y otras sensibilidades. El sindicalismo nos restaba el tiempo que debíamos dedicarle a nuestras familias y además cubríamos sus necesidades con nuestro dinero. Luego aparecieron los burócratas oportunistas, “sindicalistas” de la nueva hornada, tomando cuerpo y forma la figura del “liberado sindical”. Aquí ya no se trata de un sindicalista perteneciente a un comité de empresa, al que lógicamente se le posibilita unos medios para desarrollar su necesaria acción sindical. Más bien, lo que se crea son “funcionarios” al servicio de las directrices de los jerarcas sindicales y de quien les paga (Papá Estado).
Estoy convencido de que si los sindicatos tuvieran que subsistir de las cuotas de sus afiliados no tendrían ni para pagar la luz. Que lo que perciben del Estado sea legitimo y ajustado a derecho constitucional no lo pongo en duda, pero, ¿quién muerde de verdad la mano que le da de comer? Es innegable que hoy los sindicatos se encuentran en una encrucijada. No contaban con la dureza de la crisis que se avecinaba y, la tremenda repercusión que iba a tener sobre el conjunto de los trabajadores. Se han quedado atrapados entre la espada y la pared. Han programado una Huelga General descafeinada contra las medidas gubernamentales que no se la creen ni ellos mismos. No les quedaba otra.
En la multitudinaria asamblea de delegados sindicales celebrada recientemente en Madrid (por cierto, ¿todos tuvieron que pedir permisos en sus trabajos?) ocurrió un hecho significativo: mientras los sindicalistas gritaban, “Zapatero dimisión”, la cámara enfocó la cara de don Candido Méndez y, esta era un poema.
Ignoro el desenlace de esta Huelga General a la carta. Posiblemente pasará lo de siempre y, mientras que los sindicatos hablaran de éxito rotundo, el Gobierno argumentará que ha sido de escasa relevancia. Nada nuevo bajo el sol. Lo que resulta evidente es que si algo ha tenido de positivo la Crisis de los cojones es, que ha puesto en su sitio (tenebroso y turbio) a muchos –quizás demasiados- políticos, financieros, mercaderes y, evidentemente sindicalistas. Toca remangarse pero, primero habrá que quitarse los gemelos de las camisas de doble puño.
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