viernes, 3 de septiembre de 2010

El llanto hondo de la pena




Para ti, amigo profundo del ayer, y al que las circunstancias nos dejaron a los dos huérfanos de amistad y varados en el puerto del olvido –pero nunca en el de la indiferencia- mi más sincera y profunda solidaridad sentimental. Sé que recientemente perdiste un hijo –el mayor dolor al que estamos sujetos los humanos- en la plenitud de su vida. Debía andar por las 36 primaveras, las mismas que han sido truncadas por un golpe miserable de la que empuña la guadaña. Te perdí hace muchos años la pista y no sé lo que hiciste los últimos veranos, pero hoy sé lo que la vida ha hecho contigo para siempre. Me enteré muy tarde de vuestra tragedia, cuando ya la paloma negra de la pena había levantado su vuelo dejando un halo de orfandad sobre vosotros. Me contaron que él te había hecho abuelo hace un par de años y ahí –solamente ahí- debes encontrar fuerzas para agarrarte al árbol de la vida. Encontrarlo y buscarlo cada día en tu nieto es tu único asidero vital. Nadie debía pasar nunca por el doloroso trance de enterrar a un hijo, pero tú –bueno entre los buenos- menos que nadie. Que mi Dios –que ya no sé si seguirá siendo el tuyo- te ayude a soportar tan dolorosa carga. Que la Candelaria, que nos vio crecer y hacernos hombres de bien, se apiade de tu pena amarga y sepa perdonar mi inevitable –por desconocimiento- ausencia física –que no sentimental- ante tu desdicha. Me viene a la memoria Antonio Machado cuando decía aquello de:

Cuando el jilguero no puede cantar,
cuando el poeta es un peregrino;
cuando de nada nos sirve rezar.
Caminante no hay caminos,
se hace camino al andar.

Camina tú por la vida con tu nieto de la mano, que tienes mi palabra de que yo rezaré por los dos. Me faltan las palabras y me sobran los sentimientos de solidaridad. Cuando nada puede superar los sonidos del silencio mejor callar. Solo rogarle al reloj de la vida que adelante cuanto pueda su acompasado tic-tac. Que el paso del tiempo os haga más llevadera esta carga de orfandad que hoy imagino insufrible.


Alguien dijo que: “la vida es algo que se escribe en clave de comedia y que demasiadas veces se interpreta en clave de tragedia”. Dios –o el destino- descubriéndonos en toda su crudeza la cara y el alma de la pena amarga. La vida es cualquier cosa menos una formula cuántica. Dudar y preguntarnos ante lo irracional el porqué de las cosas es inherente a la vida reflexiva del ser humano. Dudamos porque pensamos y, pensamos porque existimos. Solo los necios y los fanáticos viven alejados de la duda. Algunos vivimos, arropados en nuestra fe, con la esperanza de creer que existe –o debía existir- algo más cuando hayamos abandonado este valle de lágrimas. En Dios encontramos nuestro último asidero y sin Él todo conduce al vacío y a la desesperanza. En el ejemplo de su Hijo una manera de conducirnos por la vida ante los demás y, lo más importante, ante nuestra propia conciencia. Me permito osadamente enmendarle la plana al Poeta del Palacio de las Dueñas y decir: “Cuando de nada nos sirve rezar…….recemos”.

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