jueves, 9 de junio de 2011

44.904






El martes día 7 mes de junio terminó con una gran perdida para la vieja, sabia y castigada Europa: la muerte de Jorge Semprún Maura. Sus antecedentes familiares parecían predestinarle a no pasar desapercibido en el compulso devenir del siglo XX europeo. Era nieto del político conservador Antonio Maura (cinco veces Presidente del Gobierno durante el reinado de Alfonso XIII) e hijo de José María Semprún, un intelectual republicano de largo recorrido que fue Gobernador Civil al comienzo de la República. La biografía de Jorge Semprún daría sin dudar para varios tomos y, posiblemente, dejaríamos en el tintero aspectos de su personalidad. Fue escritor, político, guionista de Cine y, fundamentalmente, un insobornable luchador por la conquista de las libertades. Sin embargo él siempre dejaba claro en sus entrevistas que le gustaría que le recordaran, fundamentalmente, por haber sido el preso número 44.904 del Campo de Concentración nazi de Buchenwald. Allí permaneció durante dos años (entró con 20 años de edad y salió con 22). Durante la clandestinidad del periodo franquista ocupó cargos de máxima responsabilidad en el PCE, usando el nombre de “Federico Sánchez”. Posteriormente fue expulsado de la dirección del Partido por darse cuenta de que Comunismo y Libertad nunca fueron de la mano. Ocupó la cartera del Ministerio de Cultura durante el Gobierno de Felipe González, abandonando dicho cargo, al parecer, por las serias discrepancias mantenidas con Alfonso Guerra. Su paso por Cultura no fue insustancial y gracias a su labor se consiguió traer a España la Colección de Pintura del Barón Thyssen (la más importante del mundo a nivel privado). Otros logros culturales se consiguieron durante aquel periodo que están claramente reflejados en su biografía. Recuerdo hace menos de un año una larga entrevista concedida a TVE, donde se ponía de manifiesto su grave deterioro físico a la par que sorprendía su lucidez intelectual y política. Siempre se consideró un español afrancesado y un francés con el pertinaz deseo de mantener su españolidad. Un personaje de esta dimensión intelectual es sumamente proclive al halago (fundamentalmente cuando se nos muere), tanto como a la critica mordaz mientras estuvo vivo. Posiblemente haya sido uno de sus mejores amigos y quien lo sustituyó al frente del Ministerio de Cultura, Javier Solana, el que haya puesto el dedo en la llaga cuando dijo: “España no se ha portado nada bien con un intelectual de la talla de Jorge Semprún”. Nada nuevo bajo el sol que calienta e ilumina nuestra Piel de Toro. En vida ninguneamos a aquellos personajes que dieron lustre y sentido a nuestra vida de españoles para, una vez muertos, elevarlos a los altares de los elegidos para la gloria. Jorge Semprún fue fundamentalmente -que no es poco- un hombre comprometido con su tiempo. Le tocó vivir una época en Europa donde los muertos se contaban por millones y las complicidades con la barbarie eran absolutamente deleznables. Él supo estar y ser cuando para muchos lo importante consistía en arrimarse a la estela de los poderosos. Dio testimonio de una etapa, la suya y la nuestra, de todas las formas posibles. Tanto con la pluma como con la acción. Vivimos hoy tiempos difíciles, donde cuesta encontrar referentes intelectuales comprometidos con la Libertad. El mundo de la política está envilecido y la masa nunca ha sido tan “mansa” como en la actualidad. Rindamos pleitesía a aquellos que como Jorge Semprún, elaboraron su discurso –con sus luces y sombras- desde la ancha Avenida por donde caminan –a trancas y barrancas- los espíritus libres.

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