“¿Qué pájaro será aquel
que canta en la verde oliva?
Corre y dile que se calle
que su canto me lastima”.
Recuerdo una tarde que al volver a mi casa después de cumplir con mis precoces obligaciones laborales, me encontré con una situación que definitivamente me enganchó al Flamenco. Mi padre estaba de pié escuchando atentamente a Manolo Caracol cantar por Siguiriya. Era en un programa de Cante de la extinta y añorada “La Voz del Guadalquivir”. Mi madre había salido y él estaba solo. Noté que lloraba compungido y alguna lágrima le resbalaba por la cara. Hacia tan solo un mes que habíamos enterrado a su santa madre –mi abuela Teresa- y el Cante del “Genio de la Alameda” le sacó la pena a pasearse un rato. Como quiera que abstraído no se percató de mi presencia me salí sin que él notara mi entrada y salida. No me pareció prudente interrumpir aquel mágico momento donde estaba a solas con su dolor y con el mejor antídoto del mismo: el Cante. Si existe algo que, desgraciadamente, no suele faltar en el hatillo que los humanos llevamos colgado, es nuestra inseparable carga de desdicha. Buscar la felicidad es algo consustancial con la aventura de vivir. Encontrarla se nos no muestra como una tarea casi imposible. El Cante es fiel reflejo de la vida: tiene sus momentos de gozo y también los de tragedia. Me encuentro en el Mercadillo del Jueves a un vecino que al verme en la mano un CD recién adquirido -2 euros por una hora de Cante con mayúscula- de José Menese me comenta: “Juan Luís eso que llevas es Flamenco Duro”. Por ahí andamos. Estuve a punto de contestarle que se trataba simplemente de un CD de Cante Flamenco. Que el Flamenco no es duro ni blando sino: simplemente Flamenco. Que lo de “Flamenquito”; “Flamenko; “Flamenco-fusión” y otras zarandajas son inventos de comerciantes y vanguardistas de salón que, dicho sea de paso, solo sirven para desnaturalizar la autenticidad de las cosas eternas y hacer caja. No existe en el Mundo un Arte que, como el Flamenco, sitúe al Ser Humano en su justo contexto y dimensión. Caminos que se abren entre gozos y penas por la espesura de los sentimientos heridos por el desconsuelo y el desamor. La Cultura no tiene solamente la finalidad de hacernos cultos sino más bien el de hacernos libres. Erudito sin alma es igual a rosa sin olor. Insustanciales resultan hoy muchas de las propuestas artísticas-culturales que nos llegan. Películas donde los efectos especiales se anteponen a los buenos guiones. Literatura preñada de seres artificiales y sin alma y, las una y mil formas que existen de encontrar o descifrar el Santo Grial. El Flamenco de estos últimos años no podía ser ajeno a esta corriente de falso vanguardismo. Levantemos nuestra copa al cielo porque todavía el Mundo del Toreo es de las pocas cosas que permanecen fieles a sus orígenes. No es de extrañar por tanto que mi vecino considerara un disco de José Menese como de “Flamenco-Duro”. Él, en su ignorancia programada, no es responsable de respirar los aires que corren en la actualidad. Interesa lo efímero e insustancial antes que educar al “personal” en lo verdaderamente imperecedero. El Cante Flamenco nació cuando alguien puso el alma en su boca y lanzó al aire su quejío. La “Raíz del Grito” en definitiva. El hombre solo, con su dolor y su pena, ante la inmensidad del Universo. Luego este Arte parido y amamantado en Andalucía creció y se hizo Baile, Música y Pueblo.
Llega confundido pero pletórico de salud hasta nuestros días. Ahora lo llaman: Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Bien está cuantos tirulos le concedan, pues a nada ni a nadie le amarga una distinción. Forma parte indisoluble del patrimonio sentimental de mucha gente que, como quien estos folios emborrona, quedaron hechizados y heridos por las lágrimas de sus mayores.
que canta en la verde oliva?
Corre y dile que se calle
que su canto me lastima”.
Recuerdo una tarde que al volver a mi casa después de cumplir con mis precoces obligaciones laborales, me encontré con una situación que definitivamente me enganchó al Flamenco. Mi padre estaba de pié escuchando atentamente a Manolo Caracol cantar por Siguiriya. Era en un programa de Cante de la extinta y añorada “La Voz del Guadalquivir”. Mi madre había salido y él estaba solo. Noté que lloraba compungido y alguna lágrima le resbalaba por la cara. Hacia tan solo un mes que habíamos enterrado a su santa madre –mi abuela Teresa- y el Cante del “Genio de la Alameda” le sacó la pena a pasearse un rato. Como quiera que abstraído no se percató de mi presencia me salí sin que él notara mi entrada y salida. No me pareció prudente interrumpir aquel mágico momento donde estaba a solas con su dolor y con el mejor antídoto del mismo: el Cante. Si existe algo que, desgraciadamente, no suele faltar en el hatillo que los humanos llevamos colgado, es nuestra inseparable carga de desdicha. Buscar la felicidad es algo consustancial con la aventura de vivir. Encontrarla se nos no muestra como una tarea casi imposible. El Cante es fiel reflejo de la vida: tiene sus momentos de gozo y también los de tragedia. Me encuentro en el Mercadillo del Jueves a un vecino que al verme en la mano un CD recién adquirido -2 euros por una hora de Cante con mayúscula- de José Menese me comenta: “Juan Luís eso que llevas es Flamenco Duro”. Por ahí andamos. Estuve a punto de contestarle que se trataba simplemente de un CD de Cante Flamenco. Que el Flamenco no es duro ni blando sino: simplemente Flamenco. Que lo de “Flamenquito”; “Flamenko; “Flamenco-fusión” y otras zarandajas son inventos de comerciantes y vanguardistas de salón que, dicho sea de paso, solo sirven para desnaturalizar la autenticidad de las cosas eternas y hacer caja. No existe en el Mundo un Arte que, como el Flamenco, sitúe al Ser Humano en su justo contexto y dimensión. Caminos que se abren entre gozos y penas por la espesura de los sentimientos heridos por el desconsuelo y el desamor. La Cultura no tiene solamente la finalidad de hacernos cultos sino más bien el de hacernos libres. Erudito sin alma es igual a rosa sin olor. Insustanciales resultan hoy muchas de las propuestas artísticas-culturales que nos llegan. Películas donde los efectos especiales se anteponen a los buenos guiones. Literatura preñada de seres artificiales y sin alma y, las una y mil formas que existen de encontrar o descifrar el Santo Grial. El Flamenco de estos últimos años no podía ser ajeno a esta corriente de falso vanguardismo. Levantemos nuestra copa al cielo porque todavía el Mundo del Toreo es de las pocas cosas que permanecen fieles a sus orígenes. No es de extrañar por tanto que mi vecino considerara un disco de José Menese como de “Flamenco-Duro”. Él, en su ignorancia programada, no es responsable de respirar los aires que corren en la actualidad. Interesa lo efímero e insustancial antes que educar al “personal” en lo verdaderamente imperecedero. El Cante Flamenco nació cuando alguien puso el alma en su boca y lanzó al aire su quejío. La “Raíz del Grito” en definitiva. El hombre solo, con su dolor y su pena, ante la inmensidad del Universo. Luego este Arte parido y amamantado en Andalucía creció y se hizo Baile, Música y Pueblo.
Llega confundido pero pletórico de salud hasta nuestros días. Ahora lo llaman: Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Bien está cuantos tirulos le concedan, pues a nada ni a nadie le amarga una distinción. Forma parte indisoluble del patrimonio sentimental de mucha gente que, como quien estos folios emborrona, quedaron hechizados y heridos por las lágrimas de sus mayores.
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