miércoles, 29 de junio de 2011

Citas con la vida






Es sorprendente el trazado que la vida te va marcando en cada momento de tu existencia. Siempre imprevisible y siempre condicionado por las causas más diversas. No somos para nada dueño de nuestro destino sino, muy al contrario, más bien “victimas” propiciarías del mismo. En la actualidad tengo tres gozosas citas. Son distintas en las formas pero coincidentes en el fondo. Los miércoles acudo a ver a mi madre en la Residencia donde apura su último soplo existencial. Utilizo un tren de cercanías, el C-5, que cubre un trayecto desde Santa Justa hasta Sanlúcar la Mayor, después de pasar por Camas / Santiponce / Villanueva-Olivares y Salteras. Son treinta y cinco minutos cruzando la campiña aljarafeña enmarañado en el dulce ejercicio de la reflexión. Los jueves voy a ver a mi nieto a Dos Hermanas y vuelvo a utilizar un tren de cercanías –ahora el C-1- que me lleva de Santa Justa a Dos Hermanas, pasando por San Bernardo / Virgen del Rocío y Bellavista. Es un recorrido de unos quince minutos que podríamos calificar de mini-viaje. En el trayecto del Aljarafe –por la mañana- voy casi siempre con un máximo de 5 o 6 viajeros despirgados. El de Dos Hermanas –por la tarde- va casi siempre masificado y tiene unas connotaciones más propias del Metro que del Tren. Para mi tercera cita semanal ya no utilizo la RENFE sino que la cubro a pie y a pocos metros de mi casa: la Misa de doce en la Iglesia de San Isidro Labrador de Pino Montano. Tres citas, tres, como los banderilleros en el redondel de Manuel Benítez Carrasco que recitaba magistralmente Gabriela Ortega. En ellas se funden mi futuro, mi pasado y mi presente. Lo que seré lo veo en la risa contagiosa de mi nieto. Lo que fui lo veo en la mirada fatigada y carente de brillo de mi madre. Mi presente no es más que cuando don Indalecio nos –me- dice al final de la Eucaristía: “Podéis ir en paz”. Si me puedo ir es señal de que todavía estoy. Mención aparte, por estar atada en el amoroso lazo que une pasado con presente, son mis lunes de San Nicolás y mis periódicas visitas a dos Señores para mí hoy imprescindibles: el de la Pasión y el de Sevilla. Mientras: como, bebo, duermo, sueño, leo, veo Cine, escucho Flamenco y otras músicas, compro, cobro (cada vez menos), pago (cada vez más), aprendo, enseño, charlo y callo (para poder escuchar desde mi atalaya de Pino Montano el lejano rumor del mar). Pero hoy todo se me muestra secundario con relación a mis citas del alma. La trascendencia se nos muestra no pocas veces impostada y cubierta de fatua cursilería. No vivimos para que nos recuerden; vivimos más bien para recordar y sentirnos vivos. Hoy, a Dios gracias, todos los participes de estas citas nos reconocemos. Mi madre me reconoce a sus ya casi noventa y nueve años de edad. Mi nieto sabe que soy uno que lo visita los jueves portando algún regalo y siempre se ríe al verme. Yo, en definitiva, me reconozco en ellos y en Aquel que visito todos los domingos a media mañana. La vida muy pocas veces se sincroniza y en ocasiones puntuales resulta hasta hermosa. Cuando esto ocurre debemos bebernos hasta su último sorbo. ¿Preocuparnos por lo que esté por llegar? Inútil e imprevisible. Siempre me llamó la atención el que cuando alguien está extasiado contemplando una puesta de sol cierre los ojos. Intenta, en definitiva, atrapar ese mágico momento para siempre. Tres citas y un solo destino: la Vida en su máximo esplendor de verdad y misterio.

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