Ella se llama Ana como la madre de la Virgen. Él Juan de Dios como el nombre del Hospital donde en Sevilla tomó cuerpo y forma la caridad mejor entendida: aquella que cubre las necesidades de los seres más desprotegidos. Ambos han compartido conmigo, durante más de treinta años, el espacio vivencial donde he criado a mis hijas y pasé de la juventud a la madurez sin solución de continuidad. Nos hicimos mayores saludándonos abriendo o cerrando la puerta del ascensor. Cuando la vida propicia que algunos de tus vecinos –o compañeros- formen parte además de tu círculo afectivo más íntimo, ya puedes pensar que eres afortunado y las cosas sentimentales empiezan a tomar su verdadera dimensión. Hace unos años la vida les pasó una tremenda factura dejando a Ana, de por vida, postrada en una silla de ruedas. No se amilanaron por este duro revés. Todo lo contrario. Empezaron a navegar conjuntamente contra viento y marea y son la lección más clara que yo conozco de superación ante la adversidad. Siempre sonrientes y atentos con todos y con todo. Criaron a su único hijo y hoy andan inmersos en su noble tarea de abuelos complacientes. Nadie como Juan de Dios lleva en Sevilla –y posiblemente en el resto del mundo- las camisas más limpias y mejor planchadas. Nadie como Ana, inmersa en la belleza eterna de las mujeres sevillanas, sonríe con tanta sinceridad. Él forma parte –su hijo Sergio también- del minúsculo grupo afectivo que todavía me dicen Juanlu. Ella me llama Juan Luís y, desde la J a la s nunca sonó mejor mi nombre. Te dice simplemente: “Hola Juan Luís”, y te salva el día. La estampa de Juan de Dios empujando el carrito de Ana forma parte indisoluble de la Barriada de Pino Montano. Cada cincuenta metros intercambian un saludo con alguien y son queridos y apreciados por todo el vecindario. Somos seres afortunados por tenerlos tan cercanos y tan nuestros. Si caes en desgracia sabes que siempre podrás contar con ellos. La familia la creó Dios para que fuéramos de cabeza al Infierno; los amigos para que tengamos alguna opción de alcanzar la Gloria. Los móviles nos han abierto las ventanas de par en par, y así poder escuchar los “Tambores de Guerra” del personal. De cada diez personas que van hablando por la calle con el móvil pegado a la oreja, al menos ocho lo hace discutiendo acaloradamente. Nadie se corta un pelo. “Kramer contra Kramer”, con el aditamento de cuñados, suegras, hermanos, hijos, compañeros, vecinos…. Por eso cobra una singular importancia tener cerca a personas como Juan de Dios y Ana. Posiblemente nunca valoraremos lo suficiente cuanto representan para nosotros. Sacan a pasear lo más noble que habita en nuestro interior y eso, dado los tiempos que corren, tiene una importancia extraordinaria. El tiempo dirá donde nos “aparcarán” cuando seamos material humano inservible y, solo Dios sabe cual será nuestro destino. La soledad es una invisible compañera de viaje que nos está esperando en algún recodo del camino para darnos la mano. De momento que le vayan dando. Mientras tanto a vivir que son dos días. Juan de Dios y Ana; Ana y Juan de Dios, como ejemplos paradigmáticos de que la vida es tremendamente hermosa. No tengo motivos para quejarme: mi madre presente; mi nieto creciendo por día; mi salud aguantando los efectos de la Cruz del Campo; mi economía titiritando pero resistiendo; mis amigos aguantando las embestidas de mis enemigos y mi Betis en Primera. ¿Qué más puedo pedirle a la vida? ¡Ah sí! Que nunca me falten amigos como Ana y Juan de Dios.
lunes, 4 de julio de 2011
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