(La Templaza, Museo de Bellas Artes de Sevilla)
¿Qué fue antes Sevilla o la Templanza? ¿Creó Dios esta Ciudad para que tomara forma el temple o fue al revés? La vida es vertiginosa por su propia naturaleza y el temple se nos representa como la única posibilidad de atrapar la belleza efímera. Todo por medio de la moderación (no confundir efímero con insustancial: lo primero es fugaz sedimento de vida y lo segundo un inútil canto a lo inocuo y superficial). En Sevilla la Templanza adquirió –hoy solo localizada a ráfagas- múltiples formas y contenidos. Puede que sea en el hermoso Mundo del Toreo donde mejor tomó cuerpo la Templanza. Con Juan Belmonte quedó marcado a fuego las tres claves de la idiosincrasia taurina: Parar, templar y mandar. Se para primero la embestida del toro (la fiereza animal domesticada); se templa para crear el armazón que configuran toro y torero (ralentizando la relación espacio-tiempo) y, se manda a golpes de muñecas, logrando a través de la belleza de la estética, que el Arte salga victorioso (el triunfo de lo estético sobre la fuerza de la Naturaleza). Todo importante pero siempre con el temple como eje vertebrador de todo lo demás. Sin temple, pasará el toro, pero nunca se quedará el Arte que hace inmortal a la Fiesta. El Cante Flamenco se nutre fundamentalmente del temple. Su “palo” más jerárquico y sustancioso es la Soleá. Ahí, cuando se canta con conocimiento y sentimiento, el temple alcanza sus cotas más elevadas y sublimes. El Cante adquiere sus mayores cotas de grandeza, no cuando se acelera o se rompe fragmentado en mil pedazos sentimentales (que también), sino cuando se recoge hacia dentro, envuelto en tonos sutiles que buscan y sustituyen la estridencia del quejío por la templanza del sollozo. Cantar no es pegar voces (eso estaba bien para vender melones y búcaros por las calles). Cantar es arañar las paredes del alma sin despertar a las alondras dormidas. La futbolera Sevilla siempre tuvo entre sus jugadores más recordados peloteros adornados con el don de la Templanza. Juan Arza, Luís Del Sol, Ramoní, Quino, Montero, Rogelio, Francisco, León Lasa, Antonio Álvarez, Cardeñosa……todos magos del temple y, claros exponentes, de cómo en el Fútbol se debe acariciar a lo que Manolo Lama llama la “bola”. Ahí está la clave: esta gente no le pegaba patadas a un balón sino más bien: “tocaban la pelota”. El mismísimo Rafael Gordillo que era un vendaval imparable por la banda izquierda, se paraba unos segundos en su frenética carrera para medir el temple de sus centros (hoy, exactamente igual, lo hace Jesús Navas por la banda derecha). Tierra de Templanza esta nuestra hoy enmascarada por los vertiginosos tiempos que corren. El culmen del temple sevillano siempre estuvo y estará en su Semana Mayor. Ahí quedan expuestas magistralmente las mil y una formas que toma la Templanza. Por ello, para muchos sevillanos, es más hermosa en sus preámbulos (la Cuaresma) que en su literal desarrollo. La calle en efervescencia es proclive a la vorágine. Los momentos de temple se nos escapan de las manos. La lenta configuración de los pasos en los templos es un hermoso canto a las cosas bien hechas e imperecederas. En definitiva, un monumento a la Templanza. Las prisas en la vida y, fundamentalmente, en aquello donde se nutre nuestro espíritu nunca fueron buenas consejeras. Quien te aconseje correr junto a él, solo pretende combatir la “soledad del corredor de fondo”. Para detener el tiempo y, eternizarlo al amparo de la belleza, Dios inventó la Templanza y le encargó a Sevilla que fuera la depositaria de la misma.
Aclaración pertinente. Cuando tu suegra pide la leche templada en el café del desayuno no es que ande sobrada de temple, es que no quiere quemarse los labios. Cada cosa en su sitio.
¿Qué fue antes Sevilla o la Templanza? ¿Creó Dios esta Ciudad para que tomara forma el temple o fue al revés? La vida es vertiginosa por su propia naturaleza y el temple se nos representa como la única posibilidad de atrapar la belleza efímera. Todo por medio de la moderación (no confundir efímero con insustancial: lo primero es fugaz sedimento de vida y lo segundo un inútil canto a lo inocuo y superficial). En Sevilla la Templanza adquirió –hoy solo localizada a ráfagas- múltiples formas y contenidos. Puede que sea en el hermoso Mundo del Toreo donde mejor tomó cuerpo la Templanza. Con Juan Belmonte quedó marcado a fuego las tres claves de la idiosincrasia taurina: Parar, templar y mandar. Se para primero la embestida del toro (la fiereza animal domesticada); se templa para crear el armazón que configuran toro y torero (ralentizando la relación espacio-tiempo) y, se manda a golpes de muñecas, logrando a través de la belleza de la estética, que el Arte salga victorioso (el triunfo de lo estético sobre la fuerza de la Naturaleza). Todo importante pero siempre con el temple como eje vertebrador de todo lo demás. Sin temple, pasará el toro, pero nunca se quedará el Arte que hace inmortal a la Fiesta. El Cante Flamenco se nutre fundamentalmente del temple. Su “palo” más jerárquico y sustancioso es la Soleá. Ahí, cuando se canta con conocimiento y sentimiento, el temple alcanza sus cotas más elevadas y sublimes. El Cante adquiere sus mayores cotas de grandeza, no cuando se acelera o se rompe fragmentado en mil pedazos sentimentales (que también), sino cuando se recoge hacia dentro, envuelto en tonos sutiles que buscan y sustituyen la estridencia del quejío por la templanza del sollozo. Cantar no es pegar voces (eso estaba bien para vender melones y búcaros por las calles). Cantar es arañar las paredes del alma sin despertar a las alondras dormidas. La futbolera Sevilla siempre tuvo entre sus jugadores más recordados peloteros adornados con el don de la Templanza. Juan Arza, Luís Del Sol, Ramoní, Quino, Montero, Rogelio, Francisco, León Lasa, Antonio Álvarez, Cardeñosa……todos magos del temple y, claros exponentes, de cómo en el Fútbol se debe acariciar a lo que Manolo Lama llama la “bola”. Ahí está la clave: esta gente no le pegaba patadas a un balón sino más bien: “tocaban la pelota”. El mismísimo Rafael Gordillo que era un vendaval imparable por la banda izquierda, se paraba unos segundos en su frenética carrera para medir el temple de sus centros (hoy, exactamente igual, lo hace Jesús Navas por la banda derecha). Tierra de Templanza esta nuestra hoy enmascarada por los vertiginosos tiempos que corren. El culmen del temple sevillano siempre estuvo y estará en su Semana Mayor. Ahí quedan expuestas magistralmente las mil y una formas que toma la Templanza. Por ello, para muchos sevillanos, es más hermosa en sus preámbulos (la Cuaresma) que en su literal desarrollo. La calle en efervescencia es proclive a la vorágine. Los momentos de temple se nos escapan de las manos. La lenta configuración de los pasos en los templos es un hermoso canto a las cosas bien hechas e imperecederas. En definitiva, un monumento a la Templanza. Las prisas en la vida y, fundamentalmente, en aquello donde se nutre nuestro espíritu nunca fueron buenas consejeras. Quien te aconseje correr junto a él, solo pretende combatir la “soledad del corredor de fondo”. Para detener el tiempo y, eternizarlo al amparo de la belleza, Dios inventó la Templanza y le encargó a Sevilla que fuera la depositaria de la misma.
Aclaración pertinente. Cuando tu suegra pide la leche templada en el café del desayuno no es que ande sobrada de temple, es que no quiere quemarse los labios. Cada cosa en su sitio.
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