lunes, 18 de julio de 2011

El Conseguidor no tiene quien le escriba



Fueron ocho años al frente del Distrito. Para él, se le hicieron tremendamente cortos. Le parecía que fue ayer cuando lo llamaron a la sede provincial del Partido para comunicarle la buena nueva: lo ponían al frente del Distrito. Bien merecido lo tenía (pensó él) por la larga lucha clandestina mantenida a favor de las libertades. Ingresó en el Partido siendo aún muy joven y fue uno de los cincuenta –nunca hubo más- que de verdad corrieron delante de las porras y los caballos de los “grises”. Fue un aplicado alumno en la antigua Hispano Aviación y, entre ensamblajes de aviones y reuniones sindicales clandestinas, transcurrieron los mejores años de su vida. Se configuró como un obediente y disciplinado militante de base y siempre mostró poco –o ningún- interés por los cursillos de formación política y, aun menos, por las tediosas y largas reuniones teóricas. Lo suyo era la acción en el seno de la Fábrica o inmerso en la frenética actividad sindical. Pasaron los años y con la entrada en la Democracia pensó –y con razón- que su dura lucha bien había merecido la pena. Consiguió escalar puestos en el Sindicato y ya era un liberado que había conseguido colgar-definitivamente- su “mono” en la taquilla de su vestuario. Ahora había llegado el momento de cambiar el ensamblaje de aviones por el montaje de Secciones Sindicales en toda la Provincia. Todavía le quedaba por vivir el feliz e histórico momento en que su Partido llegara al Poder en España. No tardaría mucho en llegar ese ansiado día. Se llevó una cierta frustración cuando comprobó que a lo largo de los años se sucedían las elecciones –sobre todo municipales- y nunca contaban con él para formar parte de la lista electoral. Otros, pensaba, habían hecho menos méritos que él y hasta solían repetir. El Partido le decía incansablemente que lo suyo era la actividad sindical y, fundamentalmente, el “control político” de su Barriada. Al final se lo terminó creyendo y, sobre todo, cuando le dieron las riendas del Distrito. Era querido y respetado por vecinos, comerciantes y Asociaciones Vecinales. Él llegaba a los sitios como si el mundo descansara sobre sus espaldas. Sudoroso portando su maletín, con el nudo de la corbata suelto y su chaqueta colgada del brazo. Daba una y mil explicaciones de lo liado que estaba siempre, y se lamentaba de que los días tuvieran solo 24 horas. Todo pasaba por sus manos y su despacho era el centro neurálgico de las peticiones de la Barriada. Desde la configuración de la Velá, al nombramiento de los Tres Reyes de la Cabalgata del Barrio o las reformas en tal o cual Asociación y, hasta los trofeos para los Campeonatos de Dominó. Entraba en los bares envuelto en los saludos generalizados del “personal” y no le dejaban pagar nunca. Pensó y se equivocó, como la “Paloma de Alberti”, que era el Dueño y Señor de vidas y haciendas. Ahora pintan bastos y tiene ya los días contados al frente del “Cortijo”. Se le nota algo desorientado y con la mirada baja y melancólica. En el Partido –y el Sindicato- ya le han anunciado que “orgánicamente” es imposible reubicarlo con la que está cayendo. Se anuncian tempestades de cambio y van a ser muchos culos para muy pocos sillones. Tendrá que apuntarse al paro y apurar como pueda los pocos años que le quedan para jubilarse. Ahora ¡por fin! ha descubierto la verdadera Naturaleza Humana. Ya no le invitan en los bares ni le dejan presuroso un sitio para jugar al dominó. Algunos, que ayer se inclinaban para saludarlo, hoy cuando lo ven miran distraídos para los escaparates. Seguramente alguien habrá dentro del vecindario que lo valorará como persona y no en función de su perdido cargo.
Esos, solo esos, eran los suyos. Los otros no eran más que una cohorte de aduladores que, desde el principio de los tiempos, siempre se arrimaron de manera oportunista a los “ganadores”.

Descubrió, algo tarde, que el Partido y el Sindicato solo eran unos medios para conseguir unos fines. Ahora curiosamente ya no dice “mi” Partido; ahora suele decir “el” Partido. Algo es algo. Lo dejó escrito el gran Rafael Alberti: “Se equivocó la paloma / se equivocaba/….Creyó que el mar era el cielo / que la noche la mañana / se equivocaba…/. Te equivocaste, te equivocaron o te dejaste equivocar.

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